Homilía de Mons. Enrique Benavent Vidal, obispo de Tortosa en la celebración de la Eucaristía y profesión perpetua de Sor María del Corazón de Jesús, Valero Garcia, en la comunidad de religiosas Agustinas de San Mateo

Monasterio de Santa Anna – San Mateo, domingo 22 de octubre de 2017

– Lecturas:
1a: Dt 6,4-13
Salmo: 17
2a: 1Cor 12,31-13,13
Ev: Jn 10,11-18

Estimados hermanos sacerdotes y seminaristas
Comunidad de religiosas agustinas de este monasterio de santa Ana
Apreciada Sor María
Familiares de Sor María, hermanas y hermanos todos en el Señor

1. Un acontecimiento de gracia

La celebración que estamos viviendo es un acontecimiento de gracia. En primer lugar para la persona que, movida por el amor al Señor, decide entregarle totalmente su vida; también para esta comunidad de religiosas, que se ve enriquecida con una nueva incorporación definitiva a la vida de comunitaria; finalmente, para nuestra diócesis y para toda la Iglesia, que crece y se edifica cuando los cristianos nos entregamos plenamente a nuestra misión.

Toda historia de una vocación cristiana es una historia de gracia y de agradecimiento. Lo primero no es lo que nosotros hacemos por Dios, sino lo que Dios ha hecho y va haciendo por nosotros a lo largo de toda nuestra vida, porque el amor no consiste “en que nosotros hayamos amado Dios, sino en que Él nos amó” (1Jn 4,10). En la primera lectura hemos escuchado unas palabras de Moisés, en las que recuerda al pueblo todo lo que Dios había hecho por él: “Cuando el Señor, tu Dios, te introduzca en la tierra que había de darte, según juró a tus padres, Abrahán, Isaac y Jacob con ciudades grandes y ricas que tú no has construido, casas rebosantes de riquezas que tú no has llenado, pozos ya excavados que tú no has excavado, viñas y olivares que tú no has plantado, y comas hasta saciarte, guárdate de olvidar al Señor que te sacó de Egipto, de la casa de esclavitud” (Dt 6,10-12). Por eso el pueblo deberá servir y amar al Señor con todo el corazón, con toda el alma y con todas sus fuerzas. Este amor es la respuesta de agradecimiento a la gracia de Dios.

La vida consagrada es para la Iglesia un signo y un recordatorio de que todos estamos llamados al amor. Quien se consagra a Dios quiere vivir ese amor de una manera radical, entregándose totalmente. La vida consagrada es respuesta de amor al Amor; respuesta de agradecimiento a la gracia de Dios, a tanta gracia como Él nos ha manifestado a lo largo de toda nuestra vida: “Nosotros amamos, porque Él nos amó primero” (1Jo 4,19).

Usted Sor María, hoy puede recordar todos los momentos de gracia y de amor que habrá podido experimentar a lo largo de su vida: el amor de su familia, de su pueblo, de su parroquia, de todas las personas que le han ayudado a llegar hasta aquí. San Agustín, en las Confesiones (l. V, c. XIII) recuerda el momento en que conoció a San Ambrosio. Cuando llegó a Milán, fue a visitar al obispo, y lo recuerda como un hombre afable para con él, pero sobre todo como alguien a quien el Señor le había llevado para que él, a su vez, le llevara hasta el Señor. Usted puede recordar hoy también a tantas personas que el Señor ha puesto en su vida, para que ellas la llevaran a usted a entregarse plenamente a Él.

2. Amar a Dios con todo el corazón

La vida consagrada es un signo que nos recuerda a todos qué es lo que más debe ser amado, que no es otra cosa que Dios. Todos hemos nacido para amar y dar gloria a Dios. San Agustín, en su obra De doctrina christiana, nos enseña que el amor tiene un orden: “vive, pues, justa y santamente aquel que es un honrado tasador de las cosas, pero este es el que tiene un amor ordenado; de suerte, que no ame lo que no debe ser amado, que no ame más lo que ha de amarse menos, que no ame igual lo que ha de amarse más o menos, que no ame menos o más lo que ha de amarse igual” (l. I, c. XXVII, n. 28). Parece un trabalenguas, pero es un pensamiento profundo. No debemos amar menos lo que debe amarse más, y no debemos amar más lo que en el orden de su valor objetivo debe amarse menos. Dios es lo que más debe ser amado, y eso es lo que la vida consagrada nos recuerda.

La consagración es un signo para nuestro mundo y para la Iglesia, porque en este mundo, que aleja a Dios del corazón y del horizonte de la vida de los hombres, ustedes nos recuerdan cuál es el lugar que Dios debería ocupar, que no es otro que el centro, el corazón. Agradecemos a Dios su consagración porque es un signo para todos nosotros; un signo que nos recuerda que no debemos amar menos lo que debe ser amado más.

3. Dar la vida

Jesús, en el evangelio nos ha recordado varias veces que Él entrega su vida. Es el Buen Pastor porque conoce a sus ovejas, es decir, porque las ama y da su vida por ellas. Toda vocación cristiana es llamada a dar la vida: la vocación al matrimonio es vocación a entregar la vida; la vocación al ministerio sacerdotal es también una vocación a entregar la vida; también la vocación a la vida consagrada es una vocación a entregar libremente la vida a imitación de Cristo: “Nadie me la quita, sino que yo la entrego libremente” (Jn 10.18).

Esa entrega de la vida asume formas diversas en la Iglesia: en el matrimonio, la fidelidad de los esposos y la donación generosa a los hijos; en el ministerio sacerdotal, la caridad pastoral para con el pueblo de Dios. En la vida consagrada esta entrega asume la forma de unos votos, por eso usted está llamada a vivir su vocación a dar la vida viviendo en fidelidad y con alegría su consagración. El voto de obediencia es la forma más radical de entregar la vida libremente. Prometer obediencia es el acto más libre que una persona puede hacer, porque es la manera de reconocer que no se quiere hacer la propia voluntad sino la voluntad de Dios. La obediencia es el camino para el discernimiento y para la aceptación alegre y gozosa de la voluntad de Dios sobre la propia vida.

El voto de pobreza es también un camino para dar la vida, pero un camino que sólo lo puede entender aquel que ha descubierto que su verdadera riqueza y su verdadero tesoro es Cristo. Si no es así, no se puede entender la pobreza. La opción por la pobreza es como la que hace aquel personaje de la parábola del evangelio que ha encontrado un tesoro en el campo: vende todo lo que tiene y, lleno de alegría, va a comprar aquel campo porque sabe que allí hay un tesoro escondido que vale más que todo lo que ha vendido. Puede prometer vivir en pobreza aquel que ha descubierto que Cristo es su riqueza. La entrega de la propia vida asume también la forma del voto de castidad, que no es no amar a nadie, sino ser libre para amar de todo corazón a Jesucristo y a todos los hombres por quienes se ora. La castidad es respuesta de amor al Amor. El Señor hoy la llama a entregar la vida por el camino de la pobreza, de la obediencia y de la castidad. Esta es su vocación. Pida al Señor que le ayude a vivir esta entrega con generosidad y fidelidad.

4. El camino del amor

Yo me imagino que hoy para usted es un día feliz. Es como cuando a un seminarista le llega el día de su ordenación sacerdotal: un día que se prepara con ilusión, que se espera con alegría, que se vive como la realización de un deseo y una meta esperados. Pero no olvide usted una cosa: la vida consagrada no es la meta, la meta es el Reino de Dios. La vida consagrada es un camino para llegar al reino de Dios. ¿Y cuál es la condición para que este camino lleve al reino de Dios? San Pablo, en la segunda lectura nos ha dicho: “si hablara las lenguas de los hombres y de los ángeles… Si tuviera el don de profecía y conociera todos los secretos y todo el saber… si tuviera fe como para mover montañas… si repartiera todos mis bienes… pero no tengo amor, de nada me serviría” (1Co 13,1-3). Puedo yo ser obispo, ser sacerdote, puedo consagrarme al Señor… Si no tengo amor, todo eso no sirve de nada.

San Pablo nos ha recordado que el camino más excelente es el amor. San Agustín, comentando estas palabras dice que nada se puede leer en la Sagrada Escritura más excelente que la caridad; la caridad es el camino más sublime, ocupa el puesto más excelente. ¿Por qué? Porque el camino de la caridad incluye a todos aquellos que pertenecen propiamente al Reino de los Cielos (Com. al Sal. 103, 1, 9). Cualquier vocación lleva al Reino de los Cielos si es vivida desde la caridad. Por eso la vida consagrada no es la meta. El momento de la consagración es un acontecimiento de gracia, pero no significa que usted haya llegado a la meta: la meta es el reino de los cielos. Y el camino para llegar a ella es la caridad: la ley máxima en una comunidad de personas consagradas es el amor. La caridad es lo que hace de una comunidad religiosa un signo del reino de los Cielos.

5. La gracia de la perseverancia

Apreciada Sor María: no olvide que lo importante no es haber llegado  al día de hoy; lo decisivo en el camino de la vocación es perseverar en ella. Pídale al Señor que le conceda la gracia de esta perseverancia en fidelidad, y que su entrega vaya de menos a más. El gran peligro de toda vocación es que, después de la ilusión del primer día, vaya disminuyendo el deseo de entregarse al Señor. Vivir la vocación con fidelidad es vivirla como un camino de crecimiento en el amor, un camino que vaya de menos a más, con la humildad y la certeza de que nunca nuestra respuesta estará a la altura del amor de Dios. “Tarde te amé” dice San Agustín (Confesiones, l. X, c. XXVII). Cuando lleguemos a la presencia de Dios descubriremos que su amor ha sido tan grande con nosotros, que nos dará vergüenza presentarnos ante Él con nuestra pobreza. Descubriremos que hemos amado siempre poco al Señor: poco y tarde. Él siempre nos ama más, mucho más de lo que nosotros podemos devolverle a Él.

Pídale al Señor que el ejemplo de tantos cristianos y cristianas que se han consagrado al Señor y han vivido esta consagración como camino de santidad, le ayude a descubrir que sólo puede recibir la vida de Cristo aquel que está dispuesto a entregar la suya (Santa Teresa Benedicta de la Cruz); y que este testimonio sea para usted un estímulo para vivir su entrega cada día con más alegría y más intensidad. Hoy celebramos la memoria de San Juan Pablo II, el santo que a mí me ordenó sacerdote y a quien tengo una devoción especial: vivió su ministerio como una entrega total de sí mismo; pudo recibir la vida de Cristo porque dio totalmente la suya por la Iglesia y por el mundo. Pida también la intercesión de la Santísima Virgen María. Ella, una vez le dijo  al Señor ya no miró atrás: olvidándose de lo que quedaba atrás se lanzó, confiando en Él, hacia lo que estaba por delante. Que ella la acompañe para que en la vivencia de su vocación como religiosa contemplativa en la Orden de San Agustín, la haga digna del premio eterno al que Dios nos llama a todos en Cristo Jesús.

Que así sea.

+ Enrique Benavent Vidal
Obispo de Tortosa