VIVIR EL ADVIENTO COMO MARIA 04-12-2016

En el camino del Adviento que empezamos el domingo pasado, celebraremos esta semana la solemnidad de la Inmaculada Concepción de la Virgen María. La fe de la Iglesia nos enseña que Ella esperó al Hijo de Dios en la plenitud de la gracia. El deseo de vivir en esa plenitud de gracia es signo de la autenticidad cristiana con que nos preparamos a la celebración del nacimiento de Jesús. Ahora bien, la gracia de Dios la descubrimos en nosotros por sus frutos. Por ello, esta fiesta mariana es una buena ocasión por contemplar los frutos de la gracia de Dios en la Madre del Señor.

El fruto de la gracia es la disponibilidad. La gracia de Dios ha hecho de Ella pura apertura a la voluntad de Dios. Nacida en un pueblo al que los profetas describen como un pueblo de corazón endurecido, incapaz de prestar atención a las cosas de Dios y que no quiere escuchar su palabra, el corazón y toda la persona de María son para Dios. Ella es virgen, es una Virgen para Dios, atenta a su palabra, abierta a su voluntad y en perfecta disponibilidad a lo que Dios quiera de Ella.

El fruto de la gracia es la obediencia amorosa. En el momento en que Dios quiere establecer la alianza nueva y definitiva con la humanidad, María se entregará totalmente a cooperar en el plan de salvación sobre los hombres. En su a la Palabra que Dios le dirige no hay la más mínima reserva, ni la más mínima tentación a decir que no. No pone ninguna condición, se entrega a Dios desde su pequeñez, en perfecta obediencia a Aquel a quien considera su Señor y ante el que se siente una humilde esclava.

El fruto de la gracia es la humildad. El hecho de haber conocido su elección para ser la Madre del Mesías no la lleva a sentirse superior a los otros. Ella sabe que, aunque ha sido redimida por Dios de una manera singular, pertenece al linaje humano necesitado redención. En ningún momento afloran en Ella sentimientos de superioridad sobre los miembros de aquel linaje, que es el suyo; nunca cae en la tentación de buscar la alabanza de los hombres; en ningún momento piensa que si Dios la ha elegido es porque lo merecía. Cuando Isabel quiere engrandecerla llamándola “Bendita entre todas las mujeres” (Lc 1,42), María proclama las alabanzas del Señor y confiesa que, si todas las generaciones la llamarán bienaventurada, no es por las cosas grandes que Ella haya podido hacer, sino por lo que Dios ha hecho en Ella.

El fruto de la gracia es la fidelidad. Cuando el ángel se retira, empieza un peregrinación de fe que es camino de fidelidad. Porque Maria pertenece al linaje humano, en determinados momentos vivirá ese camino en medio de la oscuridad y de la incomprensión. Porque Ella ha sido colmada de la gracia de Dios, en ningún momento dudará de su entrega, en toda ocasión se apoyará en Dios su Salvador. Los momentos de dolor y de oscuridad los vive sin ningún indicio de culpa o de falta. Olvidándose de lo que queda atrás se entrega, confiando en Dios, a lo que está por delante.

Estos son los signos de la gracia en el corazón de los creyentes: atención a las cosas de Dios, apertura y disponibilidad a su palabra, entrega y obediencia sin reservas a su voluntad, humildad y fidelidad en confianza absoluta en Dios.

Que María nos guíe en el camino del adviento.

+ Enrique Benavent Vidal
Obispo de Tortosa