VERDADERAMENTE HA RESUCITADO EL SEÑOR 05-04-2015
Para los discípulos y las mujeres que lo habían dejado todo por el Señor y se habían arriesgado a seguirle, la experiencia de la cruz fue una gran decepción. Habían creído que Él era el Mesías, habían puesto su esperanza en Él y con su muerte todo había terminado. A los ojos de cualquier israelita piadoso Dios había desautorizado las pretensiones de Jesús. No era posible seguir creyendo en Él.
Sin embargo, el Domingo de Pascua empiezan a correr noticias que, si bien en un principio son desconcertantes, tendrán como resultado que aquellos discípulos, que en el momento de la Pasión habían abandonado al Señor, sean recobrados poco a poco para la fe.
La primera noticia es que el sepulcro está vacío. Un hecho desconcertante. María Magdalena piensa que «se han llevado del sepulcro el cuerpo del Señor y no sabemos dónde lo han puesto» (Jn 20, 2). Tan sorprendente que las mujeres, que fueron las primeras en escuchar el anuncio de la resurrección (Mc 16, 6; Lc. 24, 5-6), en un principio no dijeron nada a nadie (Mc 16, 8) y, cuando lo contaron a los discípulos, éstos no las creyeron (Lc 24, 11; Mc 16, 9).
El segundo momento es la visita de los discípulos al sepulcro. Pedro se admira de lo sucedido, pero regresa a su casa (Lc 24, 12; Jn 20, 10). Únicamente el discípulo «a quien Jesús amaba» (Jn 20, 2), al ver las vendas y el sudario «vio y creyó» (Jn 20, 8. Se le abrieron los ojos de la fe.
A partir de este momento, cada uno de los personajes de la Pascua tendrá que recorrer su propio camino de fe, un camino que no es fácil. De hecho, los mismos evangelistas se complacen en indicar la dificultad para que los discípulos creyeran que Cristo había resucitado: los discípulos de Emaús son calificados por el mismo Cristo como «necios y torpes para creer lo que dijeron los profetas» (Lc 24, 25); los otros discípulos no creyeron ni a María Magdalena (Mc 16, 11), ni a los dos discípulos de Emaús que también fueron a anunciarles que el Señor estaba vivo (Mc 16, 13). De hecho, el Señor les echó en cara «su incredulidad y dureza de corazón» (Mc 16, 14). En el Evangelio de Juan se nos narra la resistencia de Tomás a creer en la resurrección. Para creer exige ver y tocar al Señor. El mismo Jesús le reprocha su actitud: «No seas incrédulo, sino creyente… ¿Porque me has visto has creído? Bienaventurados los que crean sin haber visto» (Jn 20, 27-28).
Estos detalles de los relatos pascuales nos deben llevar a pensar dos cosas: en primer lugar que los creyentes, que vivimos el gozo de la fe, hemos de agradecer al Señor este don que llena de esperanza nuestras vidas. La fe nos da la seguridad de que la muerte no tiene la última palabra y la certeza de que el amor es más fuerte que el odio.
En segundo lugar, debemos pensar que cada persona, al igual que cada personaje de la Pascua, ha de recorrer su propio camino de fe. Un creyente no debe despreciar a alguien porque tenga dificultades para creer. El camino que puede llevar a un no creyente a la fe no lo trazamos nosotros. Es el Señor quien conduce a los hombres hacia Él por caminos que sólo Él conoce. Pidamos que todos los hombres puedan llegar a vivir el gozo de la fe.
Feliz Pascua.
+ Enrique Benavent Vidal
Obispo de Tortosa.