Una visita a la Madre en Lourdes

Fuimos un buen grupo. Todos teníamos unas ganas enormes de verLA, de gozarLA, de escucharLA, de rezarLA, de regalarLE promesas de esas que ya jamás se olvidarán, aunque en algunas ocasiones seamos vencidos por nuestras debilidades, pues somos así de pequeños tan necesitados de madre. Fuimos gozosos, animados, desafiando el fuerte invierno de ese fin de la semana de febrero 2023.  El deseo de verLA nos daba alas, alas que se fortalecerían para volar un poco más altos para ver desde allí y comprender mejor las necesidades de nuestros hermanos.  Verlas y acercarnos a ellos para decirles que tenemos una Madre que nos ama con locura y que no se cansa de esperarnos. A Jesús se llega mejor por medio de María. Ella sabe mucho de toda clase de amores y sinsabores.

A la Madre le encantan esas promesas que, brotando del corazón y de la inteligencia, caminan con garbo, voluntad y elegancia hacia un futuro –el cielo-y que se fundamentan en la seguridad de que Ella ha sido-es-y será- la que nos acompañe y guíe siempre. Ella nos sonreía y más que hablarnos nos enviaba sus rayos luminosos –oración, eucaristía y confesión- que fortalecerán nuestras debilidades y regalarán seguridad y ánimos a nuestras alegrías y tristezas.

Le pedíamos que nos regalara el don del servicio, que supiéramos imitarla en su modo de servir a su Hijo Jesús, a su Esposo san José, a la Iglesia, a quienes iban a su casa a pedirle encargos a los carpinteros, a nuestras parroquias de la diócesis de Tortosa, a sus sacerdotes, a sus familias, a los más desvalidos… Servir, servir a cada uno con su mismo celo con el que ella cuida de nosotros.

Y por pedirle –somos muy pedigüeños- le decíamos que nos regalara el don de la alegría, ese don que jamás se tuerza por más que nos sobrevengan situaciones adversas. Me vienen a la memoria las palabras de san Josemaría que tantas visitas le hizo en su santuario: “Corazón, hijos míos, poned el corazón en serviros. Cuando el cariño pasa por el Corazón Sacratísimo de Jesús y por el Dulcísimo Corazón de María, la caridad fraterna se ejercita con toda su fuerza humana y divina. Anima a soportar la carga, quita pesos, asegura la alegría en la pelea. La caridad fraterna, que no busca su propio interés (cfr. 1 Cor 13,5), permite volar para alabar al Señor con un espíritu de sacrificio gustoso».

Gracias porque allí también os acordasteis de quienes no pudimos acompañaros.

Manuel Ferrer