Una bella consagración
El día 11 de febrero, festividad de la Virgen de Lourdes, en la parroquia de san Bartolomé un buen grupo de fieles, impulsados por el amor a María, se consagraron a su Inmaculado Corazón despojándose de sus pecados para que Ella, la Reina de la Paz tomara posesión de su ser, teniendo por testigo al párroco Mosén Carlos. Es un compromiso de amor. Un testimonio de entrega y confianza con la Madre. Ella, ante esta oblación y ofrenda responde con el don de la paz y de la alegría, que se conquistan por medio de la oración, del sacrificio del día a día con el ayuno y penitencia. Despojándose de las riñas, de los ataques a los demás, buscando la paz y concordia con todos quienes se convive, haciendo agradable la vida a los demás se recibe a cambio -Ella entrega todo como todo se lo entregó a Jesús con su SÍ en la Anunciación- el don de la paz, inmenso y grandioso y fructífero como nuestros labrados campos benicarlandos. Ella lo puede todo, pues es la Omnipotencia suplicante. Y nos dice que somos su esperanza en medio de este galimatías en el que estamos sumidos.
Cada uno de quienes se consagraron testimoniaba que quiere caminar con ella, María, el día a día de su existencia, porque se sabe necesitado. Se pierde el miedo a la noche oscura, porque la LLena de compasión, la LLena de gracia, la fidelísima a Jesús en el dolor de su crucifixión, es la mejor y segura compañera en el viaje que hemos emprendido todos hacia el cielo.
Y es tanta la seguridad –simbolizada en este acto con la pulsera y el escapulario- que se le ofrende la vida: la pasada, la presente y hasta la futura en un acto de total confianza. Y como se siente uno débil, pues del barro de la tierra hemos sido creados, se ponen bajo su manto, juntito a su corazón para que sus latidos sean y concuerden con los nuestros.
Un acto grande, sencillo, humilde, profundo donde lo mejor de todo es lo que cada uno le ha dicho en el silencio fecundo de la oración. Con la luz de Ella se llega seguro a la Luz del mundo, Jesucristo, Dios y hombre verdadero, al cielo que nos tiene prometido desde antes de que el mundo fuese creado. Ya desde entonces tenía en su mano el nombre de cada uno de quienes se consagraron a María esa noche fecunda de la fiesta de Lourdes.
Todos dieron gracias a la Señora, pues Ella tendía sus manos, y abría su corazón para que cada uno anidara en el amor fecundo, esperanzador de tal Madre, tan hermosa que la ha diseñado el mismo Creador de toda la vida humana.
Felicidades a quienes dieron este paso adelante, y gracias por vuestro testimonio. La Madre sabe alimentar la perseverancia en ese acto libre por regalarse al Señor por medio de su obra maestra de la creación. Felicidades, muchas felicidades, pues con la mochila de la consagración se anda mejor el camino.
Manuel Ferrer