TRANSMITIR EL TESORO DE LA FE (IV) 26-10-2014

Retomamos las reflexiones sobre el documento transmitir el tesoro de la fe, que publicamos los obispos de las diócesis con sede en Catalunya al concluir la celebración del año de la fe.

Para que el anuncio de la fe sea creíble, los cristianos hemos de trabajar para que desaparezca el muro de desconfianza que se ha creado entre amplios sectores de nuestra sociedad y la Iglesia. Decíamos que ello implica que los cristianos hemos de situarnos ante el mundo con una actitud de cercanía y con el deseo de servir a todos. Esto es una condición previa al anuncio, una condición para que el mensaje sea aceptado. Pero la evangelización exige un paso más: los cristianos hemos de anunciar explícitamente a Jesucristo.

El anuncio explícito del Evangelio y la invitación a creer en Jesucristo son el núcleo y el centro de la evangelización. No podemos dar por supuesto el conocimiento de Cristo: «A veces sucede que en nuestra actuación damos demasiado por supuesto el conocimiento de Jesucristo, del Evangelio, de la Iglesia» (nº 9). Actualmente es urgente un primer anuncio de la fe. Y no podemos olvidar que esta misión compete a todo cristiano.

A veces pienso que el testimonio de los cristianos se ha vuelto invisible en nuestro mundo. No nos podemos contentar con el hecho de que se nos vea como unas personas cercanas, solidarias y servidoras de los que sufren. Esto es necesario, porque testimonia la coherencia de la fe. Pero todos los hombres y mujeres están llamados a vivir con estas actitudes. Los discípulos de Jesús nos tenemos que preguntar si aquellos que nos conocen ven en nosotros a unos cristianos de verdad y si el modo de vivir nuestra fe provoca el deseo de conocer a Jesús y se sienten invitados a creer en Él. Si nuestra vida cristiana no despierta este interrogante a nuestro alrededor, nuestro testimonio es incompleto. El interrogante acerca de la fe y el deseo de conocer a Cristo se transmitirá si vivimos la fe con alegría: «Con Jesucristo siempre nace y renace la alegría» (Papa Francisco, La alegría del Evangelio, nº 1).

Y no sólo con nuestra vida. También con las palabras estamos llamados a dar razón de nuestra esperanza. Lo tenemos que hacer con delicadeza y con respeto; sin pretender imponer nuestra verdad a la fuerza, sino como una propuesta hecha con humildad; sin reprochar a nadie su falta de fe; sin hacer sufrir a nadie por la verdad, sino estando dispuestos a sufrir por ella, porque ésta es la prueba más convincente del testimonio de los cristianos. Al actuar y hablar de este modo estamos invitando a todos a conocer al Señor y a creer en Él.

Este hablar de Cristo a nuestro mundo lo tenemos que hacer todos: sacerdotes, padres y madres de familia, catequistas, profesores de religión, educadores cristianos. Y debemos aprovechar cualquier circunstancia: trabajo, vida familiar, relación con niños y jóvenes. En definitiva, siempre que veamos una ocasión en la que el Evangelio pueda ser presentado como respuesta de salvación a las situaciones en las que se encuentran tantas personas.

Recibid mi saludo y mi bendición.

+ Enrique Benavent Vidal
Obispo de Tortosa