TRANSMITIR EL TESORO DE LA FE (II) 21-09-2014

Continuando con las reflexiones sobre la transmisión de la fe en el momento actual que iniciamos la semana pasada, quisiera reflexionar sobre dos aspectos de la vivencia de la fe en nuestra sociedad y en muchas familias, que deben ser tenidos en cuenta en la catequesis y en las acciones pastorales.

El primer fenómeno lo describiría como una ruptura entre la Tradición de la fe y las tradiciones que nacen de la fe. En nuestro país venimos de un pasado cristiano. La fe ha configurado la cultura de nuestros pueblos y ciudades. Este hecho es, todavía hoy, algo perceptible en muchos detalles de la vida de nuestros pueblos: las fiestas mayores, la pervivencia de ciertos ritos, la recepción todavía mayoritaria de ciertos sacramentos, etc… Hay un conjunto de tradiciones que se mantienen y que incluso cada vez se refuerzan más. Pero esto no significa que estemos viviendo en una sociedad configurada en profundidad por la fe cristiana. Hoy no podemos afirmar que en nuestra sociedad las verdades de la fe, la visión cristiana de las realidades humanas o los valores morales que nacen de la fe son mayoritariamente aceptados. Se mantienen las tradiciones, pero se debilita el sentido de la Tradición de la fe cristiana. Son unas tradiciones que no llegan a configurar nuestra manera de ver las cosas. No es infrecuente encontrarnos con familias que quieren mantener la tradición de los sacramentos para sus hijos, de las fiestas populares de los pueblos, etc… pero que no dan el paso a una asunción de las exigencias de la fe y de la vida cristiana.

Hay un segundo hecho que tampoco es infrecuente: cada vez con mayor frecuencia nos encontramos con muchas personas que, estando bautizadas, casi no han oído hablar de Jesucristo y que viven al margen de la Iglesia. El mensaje del Evangelio y la fe de la Iglesia son algo totalmente desconocido para muchos de nuestros contemporáneos. Muchos de nuestros vecinos son destinatarios del primer anuncio del Evangelio. No es extraño encontrarnos con niños que, cuando se acercan por primera vez a la parroquia para comenzar la catequesis, descubrimos que no han tenido nunca una vivencia de la fe. Para ellos ese momento no es un tiempo de afianzar y crecer en una fe que hayan conocido en sus familias, sino un auténtico comienzo en su camino de fe. Están necesitados de que se les presente el rostro de Cristo.

La constatación de estas situaciones nos debe llevar a unas actitudes de cercanía pastoral hacia estas personas. Es una tentación fácil caer en la actitud de queja permanente por las carencias en la vivencia de la fe que encontramos en muchas familias cristianas, de nuestros niños o de nuestros jóvenes. Pero ni las quejas ni los lamentos evangelizan. La actitud del evangelizador es acoger, ayudar a conocer a Cristo y a caminar avanzando en el camino de la fe. Sin esta actitud de proximidad y de acogida la evangelización no es posible, porque si condenamos o despreciamos al otro por el simple hecho de estar alejado o por no haber madurado en la fe, estamos levantando un muro que dificulta la acogida del Evangelio.

Con mi afecto y mi bendición.

+ Enrique Benavent Vidal
Obispo de Tortosa