SEDUCIDOS POR LA PALABRA DE DIOS 22-01-2023

El 20 de noviembre de 2016, acabado el Año Santo de la Misericordia, el Papa Francisco en la Carta Apostólica Misericordia et Misera (n.º 7) proponía que cada Comunidad en un domingo del Año Litúrgico renovara su compromiso a favor de la difusión, conocimiento y profundización de la Sgda. Escritura: un domingo dedicado enteramente a la Palabra de Dios. El 30 de septiembre de 2019 en la Carta Apostólica Aperuit illis fijaba el 3.er domingo del Año como “Domingo de la Palabra”, esta vez bajo el lema “Eso que hemos visto y oído, os lo anunciamos” (1Jn 1,3).

Seguía así la línea del Magisterio Pontificio de los últimos años, sobre todo desde la Constitución Dogmática Dei Verbum del Concilio Vaticano II; y la más reciente la Exhortación Apostólica Verbum Domini donde, como conclusión del Sínodo sobre la Palabra de Dios en la vida de la Iglesia, decía Benedicto XVI: “El cimiento de toda espiritualidad cristiana auténtica y viva es la Palabra de Dios anunciada, proclamada, meditada y celebrada en la Iglesia” (n.º 121).

En la 2ª Lectura de hoy proclamamos el ruego de Paz a la Comunidad de Corinto: Os ruego, hermanos, en nombre de nuestro Señor Jesucristo, que digáis todos lo mismo y que no haya divisiones entre vosotros. ¿Cómo no ver el clamor de Nuestro Señor Jesucristo hacia todos los que llevamos el nombre de cristianos? En la Oración por la Unidad de los Cristianos, confesamos humildemente el pecado de la división y nos dirigimos confiadamente al único Señor nuestro que, mediante San Pablo, nos dice: Estad bien unidos con un mismo pensar, el que fielmente proviene del Evangelio del Único que tiene palabras de vida eterna (Jn 6,69).
Ante la riqueza carismática de la comunidad de Corinto, Pablo no podía dejar de dar gracias a Dios (1Co 1,49), pero ante la división en grupos no puede dejar de mostrar una postura crítica: ¿Está dividido Cristo? Si el factor congregante de los cristianos es Cristo, conocido y acogido en la Tradición eclesial, de ello se deriva la exigencia firme de la fidelidad amorosa a Él y a su Evangelio; así como la exclusión enérgica de cualquier papel decisivo en personajes a quienes algunos grupos se quieran adherir.

El llamamiento de Jesús a los discípulos es fundamental para los cuatro evangelistas: cada cual, pero, muestra una perspectiva diferente y complementaria.
Lucas presenta el llamamiento cuando Simón Pedro, así como Santiago y Juan, ya forman parte de la gente que se agolpaba en torno a él para oír la palabra de Dios (Lc 5,1s). Juan subraya que el llamamiento de Jesús llega a los destinatarios por el testimonio alentador de quienes ya conocen y siguen al Maestro Jesús (Jn 1,35s).

Marcos y Mateo destacan el nivel teológico del hecho de que Jesús llamó a los que quiso (Mc 3,15), invitándolos a hacerlos pescadores de hombres (Mt 4,19).
El llamamiento a ejercer de apóstoles-enviados del Señor no se puede desatar del anterior llamamiento general: Convertíos, porque está cerca el reino de los cielos.

La vocación permanece incompleta sin la respuesta generosa y decidida de los llamados que inmediatamente dejaron las redes y lo siguieron.

También hoy el Señor sigue gritando porque anunciamos eso que hemos visto y oído: con anuncio evangelizador que incluya el testimonio vivo de un estilo de vida sinodalmente evangélico y también palabras de vida que den respuesta a todo el que os pida una razón de vuestra esperanza (1Pe 3,15b).
Imitando así a Jesús que recorría toda Galilea, enseñando en sus sinagogas, proclamando el evangelio del reino y curando toda enfermedad y toda dolencia en el pueblo. Para que el llamamiento del Propietario de la Viña (Mt 20,1s) no resulte estéril tenemos que vivir con orejas y corazón bien abiertos. La lectura orante de la Palabra de Dios nos permite escuchar de todo corazón a Dios que nos habla al oído, sintiéndonos seducidos por su Palabra como el profeta Jeremías (Jer 20,7).

José-Luis Arín Roig
Administrador Diocesano

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