SE LLENARON TODOS DE ESPÍRITU SANTO 28-05-2023
En una primera fase de la Historia de la Salvación aparece el Espíritu Santo como un don de Dios excepcional que solo posee Moisés y por eso suspira diciendo: ¡Ojalá todo el pueblo del Señor recibiera el espíritu del Señor! (Nm 11,4s).
Más adelante, en el s. IV a.C., Dios promete mediante el profeta: Derramaré mi espíritu sobre toda carne (Jl 3).
Esta gran promesa de Dios se hace realidad cuando estaban todos juntos en el mismo lugar para celebrar Pentecostés y se llenaron todos de Espíritu Santo.
Originariamente, en Pentecostés (o Fiesta de las Semanas), los judíos daban gracias a Dios por las cosechas; pero ya en el s. II a. C., la acción de gracias era por el gran don de la Alianza que los convirtió en el Pueblo Elegido de Dios.
El Pentecostés cristiano arraiga en la repetida Promesa de Jesús: Seréis bautizados con Espíritu Santo (Ac 1,5). La Promesa responde a la dificultad radical de quienes, respondiendo al llamamiento divino, quieren creer en Jesús de Nazaret como el único Salvador nuestro: Nadie puede decir: “¡Jesús es Señor!”, sino por el Espíritu Santo (1Cor 12,3).
Creer y confesar que Jesús es el Señor es mucho más que decirlo con los labios. Por eso dice Jesús, exhortando a los apóstoles antes de la Ascensión: Recibiréis la fuerza del Espíritu Santo que va a venir sobre vosotros y seréis mis testigos en Jerusalén, en toda Judea y Samaría y hasta el confín de la tierra (Ac 1,8).
Este testimonio vital reclama fuerza divina, porque el encargo recibido (ser testigos vivos de Cristo) supera las capacidades del esfuerzo humano.
Jesús lo explicita: Como el Padre me ha enviado, así también os envío yo. Con una “misión” que en realidad no solo se asemeja a la de Cristo, sino que tiene el mismo fin: acercar visiblemente a todo el mundo el amor misericordioso de Dios.
El Señor, antes de encomendarles la misión, les dice: Paz a vosotros. Así la misión recibida viene precedida por la garantía renovada del amor de Dios que tiene en la paz uno de sus frutos más preciados.
Los carismas o gracias del Espíritu son varios, pero tienen todos una sola fuente, el Espíritu Santo que distribuye sus dones a cada cual tal como quiere, complementándose perfectamente diversidad y unidad en su obra. El acento al subrayar la única fuente se contrapone a la evidencia de la diversidad de los carismas: hablar con sabiduría, curar, profecía, discernimiento…
Los carismas reciben nombres diversos: “dones”, porque son regalos de Dios (¿Tienes algo que no hayas recibido? Y si lo has recibido, ¿a qué tanto orgullo? (1Cor 4,7); “milagros”, porque son acciones poderosas de Dios; “servicios”, porque no son para el lucimiento del carismático, sino que tienen que servir al bien de todos.
No hay concentración de carismas en unos pocos privilegiados sino distribución de las manifestaciones del Espíritu a cada cual en bien de todos. Nadie queda desheredado.
El mensaje insistente del Papa Francisco recordando que la sinodalidad es el nombre más profundo de la Iglesia se basa en la más clásica y auténtica visión teológica de san Pablo: Pues todos nosotros, judíos y griegos, esclavos y libres, hemos sido bautizados en un mismo Espíritu, para formar un solo cuerpo: con una identidad que no construimos nosotros, sino que nos viene regalada en el Bautismo.
En esta solemnidad de Pentecostés celebramos el Día del Apostolado Laical y de la Acción Católica. No es una “campaña” más: es el recuerdo y la celebración comprometida de una verdad fundamental para la Iglesia de Cristo.
Hablando en propiedad, tenemos que decir que la Iglesia no “es” sino que “¡somos!”: no es una realidad ajena a nosotros, sino que de verdad todos somos la Iglesia de Cristo.
Que también la Jornada de Comunicaciones Sociales reavive en nuestras Comunidades eclesiales el uso evangelizador de los medios de comunicación social.
José-Luis Arín Roig
Administrador Diocesano