SANTOS DEL VERANO (IV): EL BEATO FRANZ JÄGERSTÄTTER 27-07-2014
El personaje de esta semana no es, propiamente hablando, un santo, porque no ha sido canonizado. Únicamente ha sido beatificado. Para nosotros es desconocido, pero quiero hablar de él, porque cuando leí una carta que dirigió a su esposa mientras estaba en prisión esperando la ejecución de su sentencia de muerte, me asombró la coherencia de su fe.
Jägerstätter era un campesino. Nació en 1907 en una aldea de Austria, cerca de la frontera con Baviera. Durante la adolescencia y juventud se distinguió por su alegría y vitalidad. A pesar de las tentaciones propias de su edad, permaneció siempre firmemente arraigado en los principios de la fe. Rezaba todos los días y recibía con frecuencia los sacramentos. En 1936 contrajo matrimonio con Franziska Schwaniger. Los esposos eran católicos practicantes, profundamente devotos y recibían diariamente la sagrada Comunión. Tuvieron tres hijas.
Llamado a cumplir el servicio militar en 1943, en pleno conflicto mundial, declaró que como cristiano no podía servir a la ideología nazi y combatir una guerra injusta, y se mantuvo firma a pesar de las presiones que tuvo que soportar para que pensara en el bien de su esposa y de sus hijas. Se negó a alistarse en el ejército nazi. En una carta dirigida a su esposa desde la prisión le decía: «Ni la prisión, ni las cadenas, ni la pena de muerte pueden robar a una persona la fe ni la libertad interior… Se quiere presionar mi conciencia por el camino de mi mujer y mis hijos… Pero ¿No ha dicho Jesús: <<Quien ama al padre, a la madre o a los hijos más que a mí, no es digno de mi>>?… Quien desea estar bien con la comunidad de los santos y con la del pueblo de los nacionalsocialistas, quizá lo logre. Pero yo no lo consigo. Ciertamente no es un bien no poder ahorrar a la familia este sufrimiento… pero estos sufrimientos no se pueden comparar a aquellos que Jesús, en su pasión y muerte, no puedo evitar a su querida Madre».
Lo que me impresionó al conocer a este personaje es la coherencia de la fe, que supo mantener en una situación cuyo dramatismo únicamente lo puede imaginar quien pasa por circunstancias semejantes. Esa coherencia se manifiesta en la lucidez de sus razonamientos, que únicamente se inspiran en la Sagrada Escritura. De hecho, el párroco de su aldea escribió: «Me ha dejado sin palabras, porque tenía las argumentaciones mejores. Queríamos que desistiera, pero se imponía siempre citando las Escrituras».
El 9 de agosto de 1943, poco antes de ser guillotinado, el padre Jochmann le administró los últimos sacramentos y le preguntó si necesitaba algo. Franz respondió con gran entereza: «Tengo todo, tengo las sagradas Escrituras, no necesito nada».
Cuántas veces dificultades o incomodidades mucho menores nos llevan a perder la coherencia de la fe. Cuando esto ocurre, el testimonio de la fe, que es disposición a sufrir por el Evangelio, se debilita.
Que el Señor nos conceda su gracia para vivir la fe con coherencia.
+ Enrique Benavent Vidal
Obispo de Tortosa