SANTA MARÍA MAGDALENA (I) 24-07-2016

En el marco del Jubileo de la Misericordia, el Papa Francisco ha decidido que la celebración de Santa María Magdalena (22 de julio) tenga en toda la Iglesia el rango de fiesta litúrgica. Al tomar esta decisión el Papa ha querido poner de relieve a esta mujer que experimentó la misericordia del Señor hasta el punto de que se abrió a una vida nueva, y también destacar la importancia de la misión de las mujeres en la vida de la Iglesia.

Aunque la tradición medieval frecuentemente ha presentado a María Magdalena como una de las mujeres pecadoras que se encontraron con el Señor, los datos del Nuevo Testamento no certifican esta identificación con seguridad absoluta. Siendo María Magdalena un personaje tan conocido en el círculo de los discípulos, resultaría extraño que se narraran acontecimientos importantes de su vida sin identificarla con claridad, cuando en muchos pasajes de los evangelios se menciona explícitamente su nombre. Por ello, me detendré en tres alusiones claras sobre ella que encontramos en el Nuevo Testamento.

María Magdalena es, ante todo, alguien que ha experimentado la misericordia del Señor. Formaba parte del grupo de mujeres que, junto con los Doce, acompañaban a Jesús. Se trataba de mujeres «que habían sido curadas de espíritus malos y de enfermedades». Concretamente se dice que de ella «habían salido siete demonios» (Lc 8, 2; Mc 16, 9). Podemos imaginar lo que significa para una persona atormentada por enfermedades y espíritus malignos y que, por tanto, no encontraba la paz, haber sido liberada por el Señor de tantos sufrimientos del cuerpo y del alma; podemos pensar qué horizonte de esperanza se la abriría en la vida y qué gratitud tan grande sentiría hacia Cristo. De hecho ella a partir de ese momento siguió y sirvió al Señor (Lc 8, 3; Mc 15, 41; Mt 27, 55-56).

La segunda alusión importante la encontramos en los relatos de la Pasión, momento especialmente significativo. Como ha afirmado un gran teólogo del siglo XX, cuando la iglesia varonil y jerárquica, formada por el grupo de los apóstoles, ha abandonado al  Señor y la ha dejado solo, queda la iglesia del amor, ese grupo firme de mujeres que desde lejos le sigue, que en el momento de la sepultura «observaban dónde lo ponían» (Mc 15, 47) y que fueron las primeras en encontrar el sepulcro vacío. En este contraste entre la reacción de los apóstoles y la de las mujeres en el marco de la Pasión descubrimos algo importante en la vida cristiana. Frecuentemente valoramos la vida de la Iglesia con criterios mundanos y pensamos que lo más importante es el cargo que se ocupa. Como las mujeres no pueden acceder al ministerio ordenado muchos deducen que son personas de segunda categoría en la Iglesia. Este episodio nos descubre que en el seguimiento de Cristo lo verdaderamente importante y decisivo no es el lugar que se ocupa, sino el amor que se tiene hacia el Señor. Por ello, un ministerio vivido como como poder y sin amor es, en el fondo, algo que no edifica la Iglesia.

Que el testimonio de María Magdalena y de tantas mujeres que han servido al Señor con amor y generosidad, nos recuerde a los ministros de la Iglesia qué ha de ser lo más importante en nuestra vida.

+ Enrique Benavent Vidal
Obispo de Tortosa