SAN FRANCISCO DE ASÍS 04-10-2015

Entre los frutos de santidad que la vida consagrada ha producido en la Iglesia, sin duda uno de los más conocidos y admirados es San Francisco de Asís. De tal modo reflejó en su vida y en su cuerpo al mismo Jesús, que se le ha llamado otro Cristo. Toda su vida fue un camino constante de conformación con el Señor pobre y crucificado.

Nació en Asís en 1181 ó 1182, en el seno de una familia burguesa. Su madre tuvo mucha influencia en su educación, pues su padre comerciaba con telas y viajaba mucho. Francisco es un hombre de su tiempo y comparte las preocupaciones de su momento histórico. De hecho, participó en la guerra entre Asís y la vecina Perugia (1202-1203) y tenía las aspiraciones normales de los jóvenes de su tiempo: ser caballero y alcanzar un título nobiliario.

Sin embargo, el Señor lo había elegido para una misión en favor de la Iglesia, y lo llevó a recorrer un camino interior que cambiaría su vida y sus planes. En ese camino interior podemos distinguir cuatro momentos: En primer lugar, cuando fue hecho prisionero en la guerra se encuentra consigo mismo. La experiencia de la cárcel le marca, pero deseoso de alcanzar el título de noble quiere ir a las cruzadas. Es entonces cuando oye en sueños al Señor: “Francisco, ¿Qué es mejor, servir al Señor o al esclavo?”. Contesta: “Al Señor”. El Señor le dice: “¿Qué haces aquí?; vuelve a Asís y allí se te dirá lo que tienes que hacer.”

El segundo momento de su proceso tiene lugar cuando su corazón se abre al pobre que había entrado en la tienda de su padre a pedir limosna, y al leproso con el que se encuentra durante un paseo por el campo. Después de una primera reacción de rechazo, da un puñado de monedas al pobre y abraza y besa al leproso. Había descubierto a Cristo pobre en el pobre y a Cristo doliente en aquel leproso.

Después de encontrarse consigo mismo y con los pobres, tiene lugar el encuentro con Cristo. Mientras oraba en la ermita de San Damián, Jesús le habla: “Francisco, repara mi Iglesia, que como ves amenaza ruina”. La primera reacción es reparar la ermita de San Damián y otras. Unos años más tarde se dará cuenta que la Iglesia que debe restaurar es la de “Piedras vivas”.  Este encuentro con el Crucificado es esencial para Francisco, porque le llevará a una identificación con Cristo pobre y humilde. El nacimiento de Cristo en Belén en suma pobreza y la identificación con la pasión de Cristo, hasta el punto de llevar en su cuerpo las marcas de la cruz, son los ejes de la espiritualidad cristológica de Francisco.

Este camino de encuentro con el Señor le llevará también a amar a la Iglesia. Francisco se siente vinculado a la Iglesia y quiere vivir en comunión con ella. Quiso que el obispo y el Papa conocieran y aprobaran su estilo de vida. Pero deseaba también que la Iglesia recuperara un rostro auténticamente evangélico. Un día oye predicar sobre el envío de Jesús a sus discípulos: “Cuando vayáis por el mundo no llevéis ni oro, ni plata, ni alforja, ni bolsa, ni pan,…ni dos túnicas, ni bastón…”. Y exclamará: “Esto es lo que yo quiero, esto es lo que yo busco, esto es lo que en lo más íntimo del corazón anhelo poner en práctica”. Y comienza a vivirlo con alegría. Su alegría y su sencillez evangélica contagiaron a otros. Muy pronto se le unen los primeros compañeros, que para él “son un regalo del Señor”.

Que el testimonio de San Francisco nos ilumine en nuestro deseo de vivir el Evangelio cada día con más sencillez y autenticidad.

+ Enrique Benavent Vidal,
Obispo de Tortosa