PARA SER LIBRES NOS HA LIBERADO CRISTO 23-04-2017

Uno de los elementos fundamentales de la celebración de la Vigilia Pascual es la renovación de las promesas bautismales. Al hacerlo, los cristianos estamos confesando que la resurrección de Cristo es el acontecimiento que configura nuestra existencia. La celebración de la Pascua es algo más que un rito o una costumbre que repetimos cada año. Nos debe llevar a abrirnos a la gracia de Dios para vivir conforme a la resurrección de Cristo y a nuestra propia resurrección bautismal.  Por nuestra inserción en Cristo en el bautismo, que es un morir y resucitar con Él, se nos ha dado la posibilidad de «andar en una vida nueva» (Rm 6, 4). El rasgo propio de esa nueva vida es la libertad: «La ley del Espíritu que da la vida en Cristo Jesús te liberó de la ley del pecado y de la muerte» (Rm 8, 2). Las actitudes características de este nuevo modo de vivir son la fe, la esperanza y la caridad.

La fe es la manifestación de una existencia libre del pecado. Este no es otra cosa que la negativa por parte del hombre a reconocer a Dios como Señor, a glorificarlo y a darle gracias. El pecado es una desobediencia a Dios que acaba esclavizando al hombre a sus propias pasiones. En cambio, la fe es obediencia a Dios y es, por ello, la manifestación del cambio que se ha producido en el bautizado: si el hombre por el pecado ha rechazado a Dios, por la fe llega a reconocerlo como su Señor. Y es obedeciendo a Dios como el hombre se libera de obedecer las apetencias del pecado.

La fe fructifica en la esperanza. La muerte es el horizonte amenazador de la vida del hombre en pecado. El miedo a la muerte domina al hombre, hasta el punto de que todo lo que hace es para liberarse de ella. El drama del hombre consiste en que, a pesar de su esfuerzo, nunca podrá liberarse de este horizonte de muerte. En su resurrección, Cristo nos ha abierto un horizonte de vida. Gracias al misterio pascual el miedo a la muerte que nos domina y esclaviza se ha desvanecido. El cristiano, por el bautismo ha sido llamado a «participar en la gloriosa libertad de los hijos de Dios» (Rm 8, 21). Esta esperanza confiere al creyente una fuerza que le permite afrontar las pruebas y los sufrimientos del tiempo presente, sin perder la confianza en Dios y la alegría de quien se siente unido a Cristo.

El amor es la expresión más evidente de la libertad cristiana. El pecado hace al hombre esclavo de la ley, porque quien no ama a Dios no cumple su voluntad con alegría, sino por miedo al castigo eterno y, además, está dominado por «toda clase de deseos» (Rm 7, 7) contrarios a la ley de Dios. El creyente, que se sabe amado y salvado por Dios, por amor a ese Dios y con un sentimiento de gratitud vive las exigencias de la ley, no por miedo al castigo, sino porque llega a experimentar que la verdadera alegría se encuentra cuando se vive en el deseo de agradar a Dios y de crecer en su amistad.

La resurrección de Cristo nos llena de alegría y de esperanza, porque en ella hemos sido liberados de una vida caracterizada por el temor y la esclavitud. Que todos los bautizados seamos testigos de esa libertad que Cristo nos ha regalado, viviendo con alegría y generosidad para con Dios y los hermanos.

+ Enrique Benavent Vidal
Obispo de Tortosa