ORACIÓN, AYUNO Y LIMOSNA 11-03-2018
En semanas anteriores nos hemos referido a aquellas cosas que pueden apagar en nuestro corazón el amor a Dios. En el mensaje cuaresmal de este año, el Papa Francisco nos recuerda también los instrumentos que pueden ayudarnos a vencer este peligro y que la Iglesia nos recomienda practicar más intensamente durante este tiempo litúrgico que precede a la Pascua: la oración, la limosna y el ayuno.
Al practicar con más asiduidad la oración, el creyente se sitúa ante Dios desde la verdad de la propia vida; tiene el corazón abierto a su Palabra, que le ayuda a descubrir las excusas que ponemos para no obedecer sinceramente a Dios y las mentiras con las que también nos engañamos a nosotros mismos; descubre que el corazón del Padre es lento a la cólera y rico en piedad y misericordia; empieza a confiar en su amor y a buscar en Él el consuelo; desea gozar de la alegría de vivir plenamente como hijo suyo y, lleno de humildad, confianza y amor se pone en sus manos y siente la alegría que brota en el corazón del Padre cuando un hijo perdido regresa al hogar del que se había alejado.
La limosna nos libera de la idolatría de los bienes materiales y, al mismo tiempo, nos permite ver al otro, especialmente al necesitado, como un hermano y no como alguien que nos molesta o que constituye una amenaza para nuestros intereses. Si miramos a los otros con los ojos de Dios, descubrimos que lo nuestro no es únicamente nuestro, no nos pertenece absolutamente, y que si lo empleamos para el bien de todos estamos contribuyendo a construir un mundo más justo y más humano. Quien vive en la idolatría del dinero nunca está contento, porque sus deseos nunca se ven plenamente satisfechos. Quien practica la limosna llega a experimentar una sensación de libertad interior y una alegría profunda por el bien que ha podido realizar; llega a descubrir que compartir los bienes con el necesitado es de verdad una gracia de Dios, una ocasión para colaborar con el Padre, que quiere cuidar de sus hijos con amor providente, y un acto de confianza en Él, porque tenemos la certeza de que en nuestras necesidades no nos faltará el pan de cada día.
En esta sociedad caracterizada por la exaltación de los deseos hasta el punto que cualquiera de ellos se convierte en un derecho que se puede exigir, el ayuno nos libera de esa esclavitud de los propios instintos. Poder decir no a aquello que, siendo lícito, es superfluo es también un acto de libertad que nos predispone para estar más atentos y disponibles a obedecer a Dios y a su palabra.
Al reavivar en nosotros el amor a Dios, la oración, la limosna y el ayuno nos fortalecen para vencer las tentaciones, porque nos ayudan a encontrar la justa orientación de nuestra vida. San Agustín lo ha expresado magistralmente: “Si el mundo te promete el placer carnal, respóndele: «Más deleitable es Dios». Si te promete honores y dignidades temporales, respóndele: «El Reino de Dios es más excelso que todo». Si te promete curiosidades superfluas, respóndele: «Solo la verdad de Dios no se equivoca»”.
Con mi bendición y afecto.
+ Enrique Benavent Vidal
Obispo de Tortosa