NAVIDAD: LA HUMILDAD DE DIOS Y LA GRANDEZA DEL HOMBRE 22-12-2019
Un año más celebramos la fiesta de Navidad. El recuerdo del nacimiento de Cristo hace que durante estos días en nuestras parroquias, en los hogares y las calles de nuestros pueblos se perciba un ambiente distinto al ritmo ordinario del resto del año: en el corazón de las personas afloran los sentimientos y anhelos más nobles que pueda albergar el ser humano; a pesar de las dificultades que cada cual esté viviendo, nos deseamos lo mejor los unos a los otros; y anhelamos que la paz que los ángeles anunciaron la noche del nacimiento de Cristo se haga realidad en las relaciones entre las personas y los pueblos de todo el mundo.
Pero la Navidad no es sólo la exaltación de unos sentimientos. El nacimiento de Jesús es un acontecimiento que nos habla de Dios y del ser humano. En el Niño de Belén se nos revela el rostro del Dios verdadero. Muchas personas entienden la grandeza de Dios como una superioridad que lo encierra en sí mismo, lo aleja y lo hace indiferente a la historia de los hombres. En definitiva, un Ser sin sentimientos, incapaz de amar. Es, en el fondo, lo que ocurre en las relaciones humanas, en las que se da una gran importancia a la posición de superioridad o inferioridad de unos respecto de otros; y quienes ocupan los lugares superiores se esfuerzan por guardar las distancias respecto de los inferiores. Esto es un mecanismo para afianzar la propia posición de privilegio.
La Navidad nos muestra, en cambio, la imagen cristiana de Dios: su grandeza no consiste en encerrarse en sí mismo guardando la distancia, sino en identificarse con los pequeños, con todos aquellos que, si los valoramos con criterios humanos nos quedaríamos indiferentes ante ellos porque no son importantes para el mundo. Para Dios no hay nadie que sea demasiado pequeño o insignificante para no prestarle atención. La grandeza de Dios se muestra en su capacidad para rebajarse, y la grandeza de las personas en la capacidad para romper barreras, para salvar las distancias que nos alejan de los demás.
Pero el misterio de Navidad nos habla también del ser humano, de lo que Dios quiere regalarnos. San León Magno nos invita a considerar que si el Hijo de Dios ha venido a compartir nuestra condición humana es para que nosotros podamos compartir con Él su naturaleza divina. La dignidad del ser humano es mucho mayor de la que hubiéramos podido imaginar por nosotros mismos: Dios nos invita a compartir con Él su grandeza y, por ello, ha querido hacerse pequeño como nosotros. Nuestro Dios no guarda las distancias; al contrario, rompe las barreras: lo hace al nacer como uno de nosotros, en extrema pobreza, y lo hace al resucitar y abrirnos las puertas del Paraíso.
Y aquí descubrimos por qué hemos de celebrar la Navidad con estas actitudes que nos ennoblecen. No estamos ante un sentimentalismo infantil: queremos manifestar que lo que anhela el ser humano no es una ilusión vacía, sino una esperanza cierta, porque Dios se ha acercado a nosotros de un modo sorprendente y eso nos permite acercarnos a Él con una confianza absoluta.
Feliz Navidad.
+ Enrique Benavent Vidal
Obispo de Tortosa