LOS SACRAMENTOS Y LA VIDA DE LA GRACIA 30-04-2017

Ser cristianos y vivir como tales no es sólo fruto de una decisión personal, ni algo que podemos realizar con nuestras propias fuerzas. Para San Pablo, el hecho de haber conocido a Cristo y llegar a vivir una nueva vida, no fue una conquista suya ni el resultado de un razonamiento por el que llegó a la conclusión de que la doctrina de los cristianos le convencía más que su fe judía. Fue regalo de Dios «que le llamó por su gracia» y  «le reveló a su Hijo» (Gal 1, 16). A partir de ese momento comenzó a vivir una vida nueva: «vivo yo, pero no soy yo el que vive, es Cristo quien vive en mí… vivo en la fe del Hijo de Dios, que me amó y se entregó por mí» (Gal 2, 20). Él no se entiende a sí mismo más que unido a Cristo. Sabe que si se separara de Cristo su vida cristiana moriría.

El Papa Benedicto XVI, en la encíclica Deus caritas est nos recordó que «no se comienza a ser cristiano por una decisión ética o una gran idea, sino por el encuentro con un acontecimiento, con una Persona, que da un nuevo horizonte a la vida y, con ello, una orientación decisiva» (nº 1). Este acontecimiento es el bautismo. En ese momento fuimos introducidos en el conocimiento de Cristo, un conocimiento que se fortaleció con el don del Espíritu Santo que recibimos en la Confirmación y que se nutre con el alimento eucarístico. En estos tres sacramentos se halla el cimiento sobre el que se edifica nuestra vida cristiana.

Si esa unión con Cristo no se renueva, la vida cristiana va languideciendo y poco a poco moriría. Un bautizado que no es introducido por sus padres y catequistas en la vida de la Iglesia, difícilmente puede vivir como cristiano. Un confirmado que no se alimenta en el sacramento de la Eucaristía, no puede conservar el vigor y la fortaleza necesarios para dar testimonio de Cristo. Un cristiano que abandona la celebración de la Eucaristía es como un miembro de una familia que nunca se reúne con sus hermanos y acaba sintiéndose extraño entre los suyos: se distancia de la comunidad eclesial, poco a poco se aleja de Cristo y su vida cristiana deja de producir frutos.

Cada año, en la celebración de la Pascua, al celebrar el sacramento de la penitencia, al renovar nuestras promesas bautismales y participar en la Eucaristía, nuestra unión con Cristo recupera fuerza, porque de los sacramentos pascuales brota hacia nosotros, como de una fuente, la vida de la gracia. También cada año, durante el tiempo pascual, muchos niños y jóvenes reciben los sacramentos de la iniciación cristiana: nos alegramos por los nuevos bautizados y por sus familias, por los niños y niñas que por primera vez se acercan a los sacramentos del perdón y de la Eucaristía, y por los jóvenes que piden y reciben el sacramento de la confirmación.

Vuestra alegría es también la alegría de la Iglesia diocesana, del obispo y de los sacerdotes de nuestras parroquias. Desearíamos que esa unión con Cristo se renovara en todos vosotros por una participación frecuente en la Eucaristía, de modo que estéis tan unidos a Él que lleguéis a vivir su misma vida por el don de la gracia de Dios. Y nos alegraría mucho que este momento no fuera únicamente una gracia para vosotros, sino también para los padres y padrinos que os acompañan. Nunca es tarde para revitalizar la propia fe.

Enhorabuena a todos y recibid mi bendición

+ Enrique Benavent Vidal
Obispo de Tortosa