LLAMADOS A LA SANTIDAD 28-10-2018

Los próximos 1 y 2 de noviembre celebraremos la solemnidad de Todos los Santos y la conmemoración de los fieles difuntos. Son días en los que de un modo especial recordamos en la oración a aquellos seres queridos y a los hermanos en la fe que han terminado su peregrinación por este mundo. Os quiero invitar a reflexionar sobre el nexo que une estas dos celebraciones, que nos ayudan a mirar nuestro mundo y también el hecho de la muerte con esperanza.

La solemnidad de Todos los Santos es un día de gozo. Al contemplar a la multitud incontable de los cristianos que han llegado a la casa del Padre, nos alegramos porque la resurrección de Cristo ha sido eficaz en tantos hermanos nuestros, que le han seguido durante su vida y han conservado la gracia y la amistad con Dios. Muchos de ellos son conocidos por nosotros, porque la Iglesia ha proclamado su santidad y nos los ha propuesto como ejemplos concretos para la vida cristiana. La mayoría permanecen en el anonimato. El papa Francisco, en su reciente exhortación Gaudete et exultate nos ha recordado que el Espíritu Santo derrama santidad por todas partes y que esa santidad “de la puerta de al lado”, que se percibe en gestos y acciones sencillas, es más frecuente de lo que muchas veces imaginamos.

Ello nos tiene que llevar a mirar el mundo con ojos de esperanza. Qué fácil es ver el mal que nos rodea y qué ciegos estamos para descubrir el bien inmenso que tantas personas sencillas hacen a nuestro alrededor. Y es precisamente eso lo que hace que nuestro mundo sea digno del ser humano. Al contemplar esa multitud de santos “de todas las naciones, razas, pueblos y lenguas” que, como nos dice el libro del Apocalipsis, “nadie podría contar” (Ap 7, 9), hemos de pensar que el bien que hay en nuestro mundo es mucho más grande que el mal; que la fuerza de la gracia de Dios es más potente que el poder del pecado; y que la victoria definitiva en las batallas de la historia es de Dios. La celebración de esta solemnidad nos tiene que fortalecer para vencer el mal con el bien.

La conmemoración de los fieles difuntos nos lleva a confiar en la misericordia de Dios sobre cada uno de nosotros y sobre nuestros seres queridos. La santidad no es mérito nuestro, sino don de Dios. Si miramos de verdad nuestra vida nos sentimos pequeños ante la grandeza de Dios y pobres ante su santidad. Lo bueno que pueda haber en nosotros es don de su gracia. Por nosotros mismos estamos necesitados de su misericordia. La experiencia de la muerte es el momento de la pobreza más radical del ser humano y, por ello, confiamos que también será el momento en el que experimentaremos el amor y la misericordia de Dios en toda su grandeza. Es por ello por lo que también recordamos a nuestros hermanos difuntos que ya descansan en el Señor, y lo hacemos confiando en su amor de Padre; conscientes de que los frutos de santidad que ha habido a lo largo de la historia de la Iglesia, más que obra nuestra son don de su gracia; seguros de que Dios se fija más en lo bueno que pueda haber en nosotros que en las faltas que hayamos podido cometer; y esperanzados porque sabemos que Cristo, que vendrá al fin de los tiempos a juzgar a los vivos y a los muertos, será también nuestro abogado ante el Padre. Que nuestra oración por los difuntos sea al mismo tiempo humilde y confiada.

Con mi bendición y afecto.

+ Enrique Benavent Vidal
Obispo de Tortosa