LAUDATO SI’ (III) 20-09-2015
En la encíclica Laudato si’, el Papa Francisco quiere entrar en diálogo con el mundo y aportar la luz de la fe para afrontar juntos una cuestión de la que puede depender el futuro de nuestro planeta. La aportación de la Iglesia en los temas relacionados con la doctrina social no tiene un carácter técnico o político, sino que es una reflexión ética nacida de la fe e inspirada en ella, porque “las convicciones de la fe ofrecen a los cristianos grandes motivaciones para el cuidado de la naturaleza y de los hermanos y hermanas más frágiles” (nº 64).
En la base de la mirada cristiana sobre la naturaleza está la doctrina de la creación. No estamos ante una hipótesis superada por la ciencia actual sobre cómo fue el origen del universo, sino ante un mensaje religioso. Por ello, el Papa Francisco ha elegido un significativo título para el capítulo segundo de la encíclica: “El Evangelio de la Creación”. Efectivamente, la doctrina cristiana de la creación es, ante todo, un “evangelio”, una buena noticia, porque nos habla de la bondad y del amor de Dios. Los relatos bíblicos nos dicen que “Dios vio todo lo que había hecho y era muy bueno” (Gn 1,31). De un modo especial la creación del hombre, a imagen y semejanza de Dios, es un acto de amor: antes de venir a la existencia, cada uno de nosotros, hemos sido pensados y amados por Dios.
En la doctrina cristiana de la creación se habla del Dios creador, del hombre creado por Él a su imagen y semejanza, y de la tierra, que es la casa de la humanidad. El ser humano se realiza como tal si mantiene una relación armónica con Dios y con las criaturas. Pero esta armonía ha sido destruida por el pecado: cuando el hombre, pretendiendo ocupar el lugar de Dios, se niega a obedecerle, establece también una relación desordenada con la naturaleza. Sintiéndose dueño de la creación, se sirve de ella de un modo egoísta, la explota prescindiendo de cualquier consideración ética y acaba destruyéndola. La consecuencia de este proceso es que la misma vida del hombre sobre la tierra acaba degradándose.
El “evangelio de la creación” nos debe llevar a “una relación de reciprocidad responsable entre el hombre y la naturaleza” (nº 67). Nos enseña también el valor peculiar del ser humano. Desde un punto de vista cristiano es inadmisible la ideología de aquellos que hacen grandes esfuerzos por proteger las especies de animales y no respetan la vida humana como un valor absoluto, o la de quienes luchan “contra el tráfico de animales … pero permanecen completamente indiferentes ante la trata de personas” (nº 91).
El hombre no es dueño de las criaturas. Ellas son del Señor (nº 89). Su misión es cultivar la creación y cuidarla para que las generaciones presentes y futuras puedan vivir dignamente en ella. La doctrina de la creación impone al ser humano un límite ético en su esfuerzo por dominar el mundo. Cuando este límite no se respeta por el egoísmo que anida en el corazón del hombre, se rompe también la relación de fraternidad que debe existir entre los miembros de la humanidad, y se dificulta la realización del proyecto de amor que Dios ha pensado para toda la creación: llevarle a una plenitud en Cristo. Este es el sentido que los cristianos hemos de dar a nuestro compromiso por cuidar el mundo y por conseguir una sociedad más justa.
Con mi bendición y afecto,
+ Enrique Benavent Vidal,
Obispo de Tortosa