LAUDATO SI’ (II) 13-09-2015

En el último escrito de vida diocesana antes del paréntesis vacacional, presenté las líneas maestras de la encíclica Laudato si’ del Papa Francisco y les propuse que se adentraran en la lectura de este documento del magisterio, tan iluminador para nuestra sociedad y nuestro mundo. A lo largo de este primer trimestre dedicaré también algunas reflexiones semanales a presentarles el mensaje de esta encíclica.

El primer capítulo tiene un carácter descriptivo. En él el Papa quiere que caigamos en la cuenta de “lo que le está pasando a nuestra casa común” (nº 17). Y lo hace con una gran humildad: “sobre muchas cuestiones concretas la Iglesia no tiene por qué proponer una palabra definitiva y entiende que debe escuchar y promover el debate honesto entre los científicos, respetando la diversidad de opiniones. Pero basta mirar la realidad con sinceridad para ver que hay un gran deterioro de nuestra casa común” (nº 61). Los fenómenos que se describen, y que de algún modo se denuncian en este capítulo, responden a la percepción común de lo que está viviendo nuestro planeta y que puede comprometer el futuro de la humanidad. Los hechos que el Papa menciona están constantemente en los medios de comunicación social y en muchas de nuestras conversaciones: la contaminación atmosférica y la producida por los residuos tóxicos; el calentamiento progresivo y cada vez más acelerado del planeta; la cuestión del agua como bien común y la sobreexplotación de los recursos acuíferos; la perdida de la biodiversidad, con lo que ello supone de empobrecimiento del planeta; el deterioro de la calidad de vida de amplios sectores de la población de nuestro mundo, por la insalubridad de las ciudades y la contaminación a la que están expuestas muchas personas, etc…

El Papa nos invita a caer en la cuenta de que los efectos que estas prácticas tienen sobre los seres humanos no afectan a todos por igual: “el deterioro del ambiente y el de la sociedad afectan de una manera especial a los más débiles del planeta” (nº 48). Por ello, la preocupación por las cuestiones ecológicas no puede responder únicamente al deseo de preservar la calidad de vida de los países desarrollados, sino que tiene que ver con la dignidad de las personas más pobres. El Papa denuncia el hecho de que “(los excluidos) están presentes en los debates políticos y económicos internacionales, pero frecuentemente parece que sus problemas se plantean como un apéndice… De hecho, a la hora de la actuación concreta, quedan frecuentemente en el último lugar” (nº 49). Hay también ciertas medidas que desde los países desarrollados se quieren imponer a los países pobres para “solucionar” sus problemas de subdesarrollo, como programas de control de la natalidad o de “salud reproductiva” que denuncia la encíclica: “culpar al aumento de la población y no al consumismo extremo y selectivo de algunos es un modo de no afrontar los problemas” (nº 50).

Estamos ante una situación preocupante: “Nunca hemos maltratado y lastimado nuestra casa común como en los últimos dos siglos” (nº 53). Y paradójicamente: “llama la atención la debilidad de la reacción política internacional” (nº 54).

La Encíclica no pretende ofrecer soluciones técnicas a los problemas que tiene planteados nuestro mundo, simplemente quiere ser una voz para invitarnos a actuar con la responsabilidad que la actual situación exige.

Con mi bendición y afecto,

+ Enrique Benavent Vidal,
Obispo de Tortosa