LAS OBRAS DE MISERICORDIA (V): ENSEÑAR, ACONSEJAR, CORREGIR 10-07-2016
San Agustín, al mencionar las obras de misericordia, a las indicadas por Cristo en el cap. 25 del evangelio de San Mateo añade otras: corregir al débil, consolar al afligido, orientar al que yerra, aconsejar a quien duda y ser indulgente con el pecador. Como vemos, ya distinguía entre las obras de misericordia corporales y las espirituales. Será con Santo Tomás de Aquino cuando la lista de siete obras de misericordia espirituales (junto a las siete corporales) se consolidará definitivamente en la tradición cristiana.
Actualmente todos valoran las obras de misericordia corporales porque responden a necesidades constatables. Pero no podemos olvidar que, si prescindimos de las espirituales, la caridad cristiana es fácilmente engullida por un activismo que se vuelve incapaz de ver que el necesitado es una persona humana. Las obras de misericordia espirituales nos recuerdan también que, además de las pobrezas materiales, hay otras pobrezas humanas que, aunque frecuentemente están unidas a las corporales, también pueden darse en personas a quienes no les falta nada. Además, estas obras de misericordia espirituales nos llevan a una vivencia amorosa de la relación con las personas que sufren necesidades materiales.
La semana pasada ya nos referimos a una de estas obras de misericordia espirituales: quien visita al enfermo o al preso debe llevarle el consuelo del amor. Hoy nos detenemos brevemente en otras tres que tienen un elemento común: su instrumento no es otro que la palabra.
Seguramente muchos hemos conocido a personas que viven en un estado permanente de incerteza, de inseguridad inseguridad en sus decisiones o de duda. Estas personas dubitativas generalmente son débiles y muchas de ellas viven sentimientos de miedo o angustia que las lleva a situaciones de auténtico sufrimiento. Junto a la duda, la ignorancia es también otra forma de pobreza que puede asumir formas diversas. La más evidente es la de aquellos que no pueden acceder a una educación digna. Pero hay personas que, siendo muy cultas, en cierto modo son ignorantes porque no viven con sencillez o humildad, se creen superiores a los demás y son incapaces de reconocer las propias carencias. Y actualmente en nuestro mundo nos encontramos con la pobreza de aquellos que, por influjo del ambiente cultural, viven en una situación de ignorancia religiosa y rechazan a Dios y a Jesucristo sin haberlos conocido. Finalmente, pensemos también en aquellas personas que buscan la felicidad por caminos que les llevan a la autodestrucción o que generan sufrimientos y males a quienes les rodean.
Estas personas son pobres. ¿Cómo podemos remediar sus pobrezas? Con una palabra adecuada, pronunciada con amor y con humildad, sin prepotencia; que tenga en cuenta la situación de cada persona; que anime al angustiado; que ilumine a quien no logra descubrir la verdad de la propia vida; que abra los ojos para descubrir la verdadera sabiduría; y que corrija con amor a quien yerra.
Pidamos al Señor que nos dé la sabiduría de corazón que necesitamos para practicar estas obras de misericordia.
+ Enrique Benavent Vidal
Obispo de Tortosa