LAS OBRAS DE MISERICORDIA (II): TUVE HAMBRE… TUVE SED 19-06-2016
La semana pasada recordaba que la verdad de nuestra misericordia hacia los demás implica amarles como algo nuestro y apiadarnos de quienes se encuentran en situaciones de pobreza, viviendo las obras de misericordia que constituyen un camino seguro de santidad. La tradición cristiana ha concretado estas obras en un doble septenario, porque las necesidades de los hermanos pueden ser materiales o espirituales. El primer septenario, el de las obras de misericordia corporales, se inspira en la escena del juicio final que encontramos en el capítulo 25º del Evangelio de San Mateo. A las seis enumeradas por Cristo se añadió en el siglo XII, en la época en que se concretaba también el septenario sacramental, la sepultura de los difuntos como una obra de caridad. La fuente de inspiración la encontramos en el libro de Tobías (Tb 1, 16-18).
La importancia de las obras de misericordia en la vida de la Iglesia se basa en el carácter decisivo que Jesús les da en relación con la suerte definitiva de la persona. La primera enseñanza del discurso de Jesús sobre el juicio final se resume en una frase inspirada en un breve pensamiento de San Juan de la Cruz: «a la tarde te examinarán del amor». Si interpretamos «la tarde» como el final de la vida y el «examen» como el momento del juicio, podemos decir que somos fieles a la enseñanza del Evangelio. Pero hay un segundo aspecto: el Juez no dirá que lo que hemos hecho con uno de esos, a quienes él califica de «mis hermanos más pequeños» (Mt 25, 40), es <<como si me lo hubiérais hecho a mi>>, sino que dirá «conmigo lo hicisteis» (Mt 25, 40). El Señor se identifica totalmente con el necesitado. La verdad de nuestro amor a Cristo se muestra en el amor a aquellos con quienes Él se identifica.
Las dos primeras obras de misericordia corporales son aquellas con las que se remedian las necesidades de las cosas sin las cuales ningún ser puede vivir: el hambre y la sed. Hambre y sed constituyen en la Sagrada Escritura la expresión máxima de la pobreza material y del sufrimiento espiritual que puede darse mientras caminamos en este mundo. Cada vez que rezamos el Padrenuestro pedimos a Dios que nos dé el pan de cada día. Por otra parte Jesús, en el momento del máximo sufrimiento, exclamó: «Tengo sed» (Jn 19, 28). El libro del Apocalipsis describe el estado de quienes han llegado a la Patria celeste con estas palabras: «Ya no pasarán hambre ni sed» (Ap 7, 16).
Hambre y sed son expresión de las pobrezas más radicales del ser humano. Por ello, la primera obligación de los cristianos es socorrer a quien pasa estas necesidades. La limosna dada al pobre nunca es olvidada por Dios. Además de las iniciativas particulares, quiero recordar que en la Iglesia tenemos muchas posibilidades de practicar estas obras de misericordia, bien con aportaciones materiales o con un servicio desinteresado de voluntariado que podemos hacer realidad colaborando con Manos Unidas, ayudando a caritas en la distribución de alimentos o en los distintos comedores sociales, etc… Desde aquí quiero expresar mi reconocimiento a quienes estáis comprometidos en esta causa tan noble.
Con mi bendición y afecto.
+ Enrique Benavent Vidal
Obispo de Tortosa