LA MISIÓN DEL PRECURSOR 16-12-2018
El texto evangélico del tercer domingo de Adviento nos presenta la figura de Juan Bautista, que es uno de los personajes fundamentales de este tiempo litúrgico. San Lucas en su evangelio nos resume la misión del Precursor en cuatro aspectos.
Juan Bautista ha sido enviado, en primer lugar, para anunciar la inminencia de la salvación: “toda carne verá la salvación de Dios” (Lc 3, 6). El elemento primero y fundamental de su misión como profeta no es predecir el futuro ni anunciar calamidades, sino proclamar la cercanía del Dios que viene a salvar a toda la humanidad. Ya en el momento del nacimiento su padre Zacarías había indicado en qué consistiría su misión: “Y a ti, niño, te llamarán profeta del Altísimo, porque irás delante del Señor a preparar sus caminos, anunciando a su pueblo la salvación por el perdón de sus pecados” (Lc 1, 76-77). Juan Bautista no era un profeta de desgracias, sino un enviado para anunciar una buena noticia. Todo lo demás es una consecuencia de esto.
La cercanía del Dios que salva es un juicio sobre el mal que hay en nuestro mundo y, por tanto, exige una conversión que si es auténtica debe manifestarse en una nueva vida. Esto le lleva a hacer una doble advertencia a sus oyentes: nadie puede hacerse ilusiones confiando en falsas seguridades y todos estamos llamados a dar frutos de conversión. El anuncio de la salvación no es para adormecer nuestra conciencia ni para que nos refugiemos en una falsa seguridad que justifica la mediocridad, sino para animarnos a que nos abramos a ese Dios desde la verdad de lo que vivimos.
Como profeta, Juan propone caminos concretos de conversión a todos aquellos que se acercan a él con el deseo de prepararse para acoger al Señor. En las respuestas que va dando a los distintos personajes que le preguntan qué han de hacer, vemos que el mayor impedimento para recibir a Cristo es la idolatría del poder o de las riquezas: a los soldados les pide que no utilicen la violencia para extorsionar ni aprovecharse de los demás; a los cobradores de impuestos, que no exijan más de lo establecido; y a la gente, que compartan los bienes con los que no tienen. Se trata de exigencias que ayudan a concretar en la vida la conversión a la que somos llamados en este tiempo de Adviento. También nosotros nos tendríamos que hacer la misma pregunta que le hacían al Bautista quienes escuchaban su predicación: “¿Qué debemos hacer?” (Lc 3, 10).
Juan sabe que su misión no consiste en predicarse a sí mismo. Él está en función del que viene después, que es más fuerte y ante quien no se siente digno de “desatarle la correa de sus sandalias” (Lc 3, 16). Este testimonio de humildad nos indica que el Bautista no solo vivió su misión con la palabra, sino que la hizo vida como un servicio a alguien más grande que él. A pesar de que muchos pensaban que Juan era el mesías, constantemente repetía: “Yo no soy”. Este testimonio nos recuerda que en la Iglesia no estamos para anunciarnos a nosotros mismos, sino para que los hombres y mujeres conozcan y amen a Cristo. Este es el criterio al que nos hemos de someter quienes queremos dar testimonio de Cristo con nuestras palabras y nuestra vida.
+ Enrique Benavent Vidal
Obispo de Tortosa