LA INDULGENCIA JUBILAR (I) 01-05-2016

La celebración de un jubileo extraordinario como el de este Año de la Misericordia es una invitación a dejarnos reconciliar con Dios recibiendo plenamente su gracia. En la doctrina católica y en la tradición de los años santos, esta gracia extraordinaria ha recibido el nombre de «indulgencia plenaria». El Papa, sin emplear esta expresión, alude a ella en el nº 22 de la bula Misericordiae vultus: «El Jubileo lleva también consigo la referencia a la indulgencia. En el Año Santo de la Misericordia ella adquiere una relevancia particular. El perdón de Dios por nuestros pecados no conoce límites… La misericordia de Dios se transforma en indulgencia del Padre que a través de la Esposa de Cristo alcanza al pecador perdonado y lo libera de todo residuo, consecuencia del pecado, habilitándolo a obrar con caridad, a crecer en el amor más bien que a recaer en el pecado». Para ayudaros a una vivencia más plena de este Jubileo, explicaré el sentido de esta doctrina y práctica de la Iglesia, que para muchos resulta difícil de comprender.

Partiré de dos situaciones que hemos vivido alguna vez en nuestra vida. Cuando queremos reconstruir una amistad rota debemos tener la humildad de pedir perdón al amigo ofendido. Es necesario también que la persona ofendida nos perdone. Eso, siendo lo fundamental, no lo es todo: hay que curar las heridas que la ruptura ha provocado en la relación entre las personas. Volver a una vivencia plena de amistad exige pedir perdón, ser perdonado y purificar el corazón para que la relación se rehaga en su totalidad.

Fijémonos en una segunda experiencia: el esfuerzo por curar las heridas y rehacer la amistad rota tiende a reparar el daño causado. Si la persona ofendida ve sinceridad al pedir el perdón y en la manifestación de dolor y pena por el mal provocado, no exigirá una reparación que compense totalmente el daño causado. Al comprobar la verdad del arrepentimiento y el esfuerzo por reparar el mal, puede decir: “Basta! No hace falta a que te preocupes más. Está superado!». La persona ofendida no ha exigido una reparación que compense plenamente el daño causado. Ha tenido “indulgencia” con el ofensor.

Ahora traslademos estas experiencias a nuestra relación con Dios. El pecado implica una ruptura de la amistad con Él. La conversión exige pedirle perdón y hacer el esfuerzo de rehacer totalmente la relación rota, sanando las heridas que el pecado ha dejado y que impiden una vivencia plena de la amistad con Él. La conversión no consiste únicamente en pedir perdón, sino que tiende a una reconciliación plena y verdadera. Con signos y gestos podemos manifestarle nuestro amor y mostrarle la sinceridad de nuestro arrepentimiento y del deseo de una reconciliación total, volviendo a la situación anterior al pecado. Por ello la celebración sincera del sacramento de la Penitencia, en el que suplicamos el perdón, va acompañada de ciertas prácticas penitenciales, con las que le manifestamos a Dios nuestro amor sincero. Dios, cuando ve la sinceridad de nuestro arrepentimiento y el esfuerzo de conversión, puede decir: “Basta! No hace falta a que te preocupes más. Está superado”. Es «indulgente» con nosotros.

Esta primera reflexión nos debe ayudar a vivir los signos jubilares con una perspectiva correcta: cuando entramos por la Puerta de la Misericordia, no vamos a «ganar» sino a «recibir» la indulgencia.

Que el Señor nos bendiga con su gracia.

+ Enrique Benavent Vidal
Obispo de Tortosa.