LA IGLESIA, SERVIDORA DE LOS POBRES (VI) 05-07-2015

En la cuarta parte de la instrucción pastoral La Iglesia, servidora de los pobres, los obispos ofrecemos unas propuestas inspiradas en la fe para que los cristianos seamos sembradores de esperanza en nuestro mundo. Es bueno que no perdamos de vista el sentido de estas propuestas. No es propio del magisterio episcopal ofrecer soluciones de carácter técnico o político para salir de la crisis. Tampoco compete a los obispos juzgar las distintas políticas para indicar cuál de ellas es en esta situación la más adecuada o la más justa. Se trata de unas sugerencias para que revisemos nuestras actitudes y nuestra escala de valores, y para recordarnos que los primeros que estamos llamados a ponerlas en práctica somos los cristianos.

La primera exigencia que se nos plantea es la llamada a la conversión. Es la actitud de quien no se siente perfecto y, por tanto, necesita vivir constantemente revisando las propias prioridades y los propios valores. Esta llamada a la conversión es una exigencia para cada uno de nosotros a vivir en el deseo permanente de adherirnos a Cristo y de conformarnos con sus sentimientos. En la medida en que crezcamos en nuestra unión con Cristo, más fuerte será nuestro amor a los hermanos. Esta actitud de continua renovación y conversión nos obliga también a algunos cambios en la vida de la Iglesia: no debemos tener miedo de desarrollar iniciativas innovadoras que manifiesten que queremos llegar a vivir una opción preferencial por los pobres y que éstos ocupan un lugar privilegiado en la vida de la Iglesia. ¿En qué medida esta inquietud se manifiesta en nuestros programas pastorales y en la vida diaria de nuestras parroquias y comunidades?

En el documento se nos recuerda también que el compromiso de los cristianos debe fundamentarse en una sólida espiritualidad. Sin ella fácilmente perdemos el sentido de lo que hacemos. En sintonía con la encíclica Deus caritas est, se indican los dos rasgos que deben caracterizar esta espiritualidad: debe hundir sus raíces en la entraña misma de nuestro Dios y, por ello, debe llevarnos a vivir nuestra relación con los pobres en una actitud de ternura y gratuidad, y debe estar abierta a la realidad del mundo que nos rodea abriendo nuestros ojos a las injusticias y a las pobrezas de los más necesitados.

Un cristiano no puede oponer evangelización y compromiso por la transformación de nuestro mundo. No se puede mantener la opinión de que lo primero es luchar por la justicia y, cuando tengamos un mundo justo ya se anunciará el Evangelio. El Evangelio es el camino de la Iglesia. Otros pueden tener otros caminos, pero el cristiano confía en la fuerza transformadora del Evangelio, porque tiene la certeza de que si los hombres y mujeres llegan a conocer y a amar de verdad a Jesucristo, nuestro mundo será más digno del hombre. La verdadera evangelización es fermento de libertad y de fraternidad. Allí donde el Evangelio es acogido de verdad florece la justicia. Posiblemente muchos consideren este camino poco eficaz y muy lento, pero a la larga, es el que ofrece un fundamento sólido a las aspiraciones de la humanidad por un mundo más justo.

Con mi bendición y mi afecto.

+ Enrique Benavent Vidal
Obispo de Tortosa