LA ASCENSIÓN DEL SEÑOR 02-06-2019

Los últimos domingos del tiempo pascual celebramos dos solemnidades que nos descubren el significado pleno de la Pascua: la Ascensión del Señor y el envío del Espíritu Santo en Pentecostés. Estos acontecimientos constituyen la plenitud de la Pascua y nos descubren el sentido del tiempo de la Iglesia y el contenido de su misión.

En las narraciones de la Ascensión encontramos varios elementos importantes para entender este acontecimiento. En primer lugar, una promesa que el Señor hace a sus discípulos antes de volver al Padre: serán bautizados con el Espíritu Santo que les dará fuerza para ser sus testigos hasta los confines del mundo. Sin el poder del Espíritu los cristianos no tenemos la fortaleza necesaria para anunciar el Evangelio. Y es que el testimonio cristiano no consiste en discursos teóricos, ni en imponer a los otros la fe, ni en hacerles sufrir por el Evangelio, sino en dar razón de nuestra esperanza con delicadeza y respeto, en una vida santa ante la que deben quedar confundidos los que nos denigran, y en la disposición a sufrir por el Señor. Por ello, los auténticos testigos del Resucitado son los mártires que han dado su vida fortalecidos por el Espíritu Santo.

El segundo elemento que encontramos es una clarificación sobre el Reino de Dios, que es la meta de la Iglesia. Antes de subir al cielo, los discípulos, que todavía no han superado una concepción mundana del Reino, le preguntan a Jesús si es ahora cuando va a restablecer la soberanía de Israel. Él les responde que no es cosa nuestra conocer los tiempos y las fechas que el Padre ha determinado con su autoridad. El testimonio que los discípulos han de dar acerca de Cristo debe ser libre de toda ambición humana, porque el Reino no se confunde con los poderes de este mundo; ni los tiempos de Dios tienen el ritmo de rapidez y eficacia que los seres humanos deseamos para nuestros asuntos. Nuestra misión consiste en sembrar ese Reino en el mundo y no en adueñarnos de él.

El tercer elemento es la misión: los discípulos son enviados por todo el mundo a predicar la Buena Noticia del Evangelio. Para esta tarea el Señor no les da ni riquezas ni poder terrenal, solo la Palabra y el Sacramento, que son las realidades que llevan a los hombres a conocer y amar al Señor, y que pueden cambiar los corazones con la gracia de Dios y conducirlos a la santidad. A muchos les pueden parecer instrumentos ineficaces, pero son los que de verdad siembran una vida nueva en nuestro mundo.

Finalmente, los discípulos todavía escucharon dos promesas. La primera de labios del mismo Cristo: “Yo estaré con vosotros todos los días hasta el fin del mundo”. La segunda de los ángeles: “Volverá como le habéis visto marcharse”. Y es que la Ascensión no es el final, sino la plenitud de la Pascua y el inicio de un tiempo nuevo que comenzará en Pentecostés. Después de esto, los discípulos no volvieron tristes a Jerusalén como cuando nos despedimos de una persona querida a la que no volveremos a ver, sino llenos de “una alegría inmensa”. Solo viviendo la fe con esta alegría podemos dar testimonio de Cristo.

+ Enrique Benavent Vidal
Obispo de Tortosa