JORNADA MUNDIAL DEL MIGRANTE Y DEL REFUGIADO 29-09-2019

El domingo 29 de septiembre celebramos la Jornada mundial del migrante y del refugiado. En un mundo en el que no cesan los conflictos, las injusticias, las discriminaciones ni los desequilibrios económicos y sociales, “son los pobres y desfavorecidos quienes más sufren las consecuencias de esta situación” (Mensaje del papa Francisco). La presencia de personas de otros países y culturas que han tenido que dejar su tierra, es un fenómeno que forma parte de nuestra cotidianidad. La mayoría de ellos lo han hecho movidos por el deseo legítimo de buscar mejores condiciones de vida y asegurar, de este modo, un futuro digno para su familia; o huyendo de situaciones de conflicto; o buscando una vida en libertad, un lugar donde se respeten los derechos humanos. El papa Francisco quiere que esta jornada nos ayude a reflexionar la respuesta que como cristianos hemos de dar ante un fenómeno que no deja indiferente a nadie.

La reacción normal en una sociedad económicamente avanzada es ver al extranjero como un problema. De este modo asistimos a una “globalización de la indiferencia” frente a los migrantes, refugiados, desplazados y víctimas de la trata de personas, que “se han convertido en emblema de la exclusión porque, además de soportar dificultades por su misma condición, con frecuencia son objeto de juicios negativos, porque se les considera responsables de los males sociales”.

El Papa, en el mensaje que ha dirigido a la Iglesia para esta jornada y en muchos de los gestos de su pontificado, hace un llamamiento a nuestra conciencia cristiana para que nos planteemos si el problema está en ellos o en nosotros: en los miedos que tenemos a los desconocidos, marginados o forasteros hasta el punto de que nos convertimos en personas intolerantes “y quizás, sin darnos cuenta, incluso racistas”; en la falta de caridad hacia quienes no pueden corresponder y tal vez ni siquiera dar gracias; en la falta de humanidad, que nos hace perder la capacidad de compadecernos; en nuestro mundo desarrollado que, para defender sus intereses económicos, provoca conflictos en las regiones más pobres del planeta; en la resistencia a hacer vida las palabras de Jesús, que nos invita a poner en primer lugar a los últimos; en la incapacidad de nuestra sociedad para generar un sistema político y económico en el que la persona ocupe el primer lugar. No se trata solo de migrantes, sino de todos nosotros: “A través de ellos, afirma el Papa, el Señor nos llama a una conversión, a liberarnos  de la indiferencia y de la cultura del descarte, a reapropiarnos de nuestra vida cristiana en su totalidad y a contribuir a la construcción de un mundo que responda cada vez más al plan de Dios”.

Para ello, el Papa nos vuelve a recordar las cuatro actitudes que los cristianos hemos de cultivar para responder a este hecho: acoger, proteger, promover e integrar. Y nos advierte que “estos verbos no se aplican solo a los inmigrantes y a los refugiados. Expresan la misión de la Iglesia en relación a todos los habitantes de las periferias existenciales”. Y es que muchas veces ocurre algo que nos cuesta admitir: que el miedo al inmigrante es, en realidad, miedo al pobre; que la xenofobia esconde muchas veces aporofobia.

+ Enrique Benavent Vidal,
Obispo de Tortosa.