JORNADA MUNDIAL DEL EMIGRANTE Y DEL REFUGIADO 11-01-2015
No es infrecuente que los medios de comunicación social nos ofrezcan noticias relacionadas con el fenómeno de la inmigración, especialmente con noticias de personas que mueren intentando llegar a países que se han convertido para ellos en un sueño o en una esperanza de alcanzar unas condiciones de vida digna. Nos sorprenden también las humillantes situaciones humanas que estas personas han vivido para poder alcanzar su objetivo, o las duras condiciones económicas que han aceptado para poder realizar un viaje que pensaban que les llevaría a un lugar paradisíaco. Y cuando alcanzan su meta se encuentran con unas condiciones de vida infrahumanas y una sociedad que les mira con recelo y, muchas veces, con desprecio.
El fenómeno de las migraciones no es fácil de afrontar, pero precisamente por ello, es una cuestión a la que los gobiernos de las naciones deberían prestar una atención prioritaria. Las autoridades tienen la obligación moral de estudiar y afrontar las causas, de naturaleza económica o política, que llevan a tantos seres humanos a emprender una aventura en busca de un sitio donde poder vivir más dignamente o más libremente. También tienen el deber de coordinar sus políticas migratorias superando actitudes egoístas, teniendo como objetivo la promoción de la dignidad de las personas y luchando contra las formas de esclavitud y la trata de seres humanos que generan personas y organizaciones sin escrúpulos morales, aprovechándose de seres humanos que se encuentran en situaciones desesperadas.
El lema elegido por el Papa para este año es: «Una Iglesia sin fronteras, madre de todos». Se trata de una llamada al corazón de los cristianos, para que revisemos cuáles son las actitudes que tenemos hacia los inmigrantes. «Fui forastero y me hospedasteis». Lo que une a un cristiano con un inmigrante es más fuerte que aquello que nos hace distintos: la lengua, la cultura, los hábitos de vida, el desconocimiento mutuo, etc… son diferencias que pueden provocar sospechas y alejamientos. Pero la común dignidad y, sobre todo, el ver con ojos de fe el rostro de Cristo en el hermano necesitado, debe despertar en nuestro corazón una actitud de acogida y un deseo de ayudar a todos.
La Iglesia es el Pueblo de Dios formado por personas de todos los pueblos. Ningún cristiano es extranjero en ella y todo ser humano está invitado a entrar en su seno. Por ello, aunque no tenemos medios para solucionar todos los problemas económicos y humanos que muchas veces están viviendo los que han venido de otros países, sí que deberían encontrar en nosotros una familia que no los desprecia; que quiere estar cerca de quien sufre; que quiere superar las distancias humanas y culturales que nos alejan a unos de otros; que quiere establecer vínculos de cercanía, de solidaridad y de comunión; una Iglesia que promueve de verdad una “cultura del encuentro”. No podemos olvidar que la cercanía humana a las personas es una condición para el anuncio del Evangelio.
Que esta jornada sirva para renovar el compromiso de nuestras instituciones caritativas por ayudar a todos a encontrar condiciones de vida dignas, y a comprometernos en aquellas organizaciones que luchan por este objetivo.
Que el Señor os bendiga.
+ Enrique Benavent Vidal
Obispo de Tortosa