JORNADA DE LA VIDA CONTEMPLATIVA 15-06-2014

El domingo que sigue a Pentecostés celebramos la solemnidad de la Santísima Trinidad. En nuestras diócesis somos invitados a recordar y agradecer al Señor el don de la vida contemplativa en la Iglesia, y a pedirle que no falten vocaciones que entreguen su vida a orar por las necesidades de la Iglesia y de nuestro mundo. La vida contemplativa es un tesoro en la Iglesia, a veces desconocido y frecuentemente incomprendido por muchos cristianos. Pero sin este carisma la Iglesia se empobrecería, porque el testimonio de estos consagrados y consagradas nos ayuda a no perder de vista lo esencial en la vida de todo cristiano. Lo que ellos viven de una forma radical, estamos todos nosotros llamados a hacerlo vida también en cada uno de los estados de vida.

El testimonio de los contemplativos nos recuerda a todos que Dios debe ocupar el lugar más importante de nuestra vida: debe entrar en nuestro corazón. Esto es importante que alguien nos lo recuerde, porque vivimos en un mundo y en una cultura que tienden a alejar a Dios del horizonte vital de los hombres. Para muchos de nuestros contemporáneos Dios es el gran desconocido, el gran ausente de sus vidas. La vocación de los consagrados y consagradas a Dios en la contemplación nos indica la verdadera meta del hombre, aquello que debe ser más importante para todos, que no es otra cosa que encontrarse con Dios para amarle con todo el corazón, con toda al alma, con todo el ser. El primer interrogante que nos debemos plantear es éste: ¿Qué lugar ocupa Dios en mi vida? ¿Es el gran ausente y el gran desconocido? ¿Es alguien a quien busco y a quien amo?

Cuando se conoce a personas que se han entregado sinceramente al Señor, una de las cosas que sorprende es la alegría con la que viven su vocación. El testimonio de los contemplativos nos indica dónde está la fuente de la alegría. Nuestro mundo nos lleva a pensar que la alegría se encuentra cuando alguien llega a satisfacer sus deseos. Pero el corazón del hombre es insaciable: cuando ya tenemos aquello que deseamos muy pronto aparecen nuevos deseos en nuestro corazón. Las cosas nunca nos llenan plenamente. Siempre nos sentimos insatisfechos. Los contemplativos nos recuerdan aquello que San Agustín expresó magníficamente en sus Confesiones: «Nos hiciste, Señor, para ti y nuestro corazón está inquieto hasta que descanse en ti (Conf. 1, c.1, n.1)». En Dios encontramos la fuente de la auténtica alegría.

Estamos inmersos en una cultura del ruido. Nos llegan tantos mensajes que nos resulta imposible encontrar paz. En este ambiente vivimos muchas veces en una contradicción: experimentamos que necesitamos el silencio, pero no sabemos vivir en él. La vida contemplativa nos invita a valorar el silencio, pero un silencio orante que nos permite escuchar la Palabra de Dios, que es la única que puede darnos la paz al corazón.

Agradezcamos al Señor el testimonio que nos dan estos hermanos y hermanas nuestros y pidamos que no falte en nuestra diócesis la presencia de la vida contemplativa.

Que el amor de Dios llene nuestra vida.

+ Enrique Benavent Vidal
Obispo de Tortosa