HOY LA PAZ HA BAJADO DEL CIELO 20-12-2015

La celebración de la fiesta de Navidad trae a nuestro mundo, año tras año, un sentimiento de esperanza. Parece que estos días los sentimientos más nobles que pueden haber en el corazón de las personas, esos sentimientos que las ambiciones y el egoísmo que hay en nuestro mundo esconden y muy a menudo ahogan, brotan de nuevo y llenan de gozo nuestras casas y las calles de nuestros pueblos y ciudades: unos a otros nos manifestamos los mejores deseos de paz y de felicidad.

La historia de la humanidad nos enseña algo que las personas muchas veces nos resistimos a aceptar: esa paz y esa justicia que el mundo desea no brota únicamente de la tierra. Año tras año vemos que aparecen en nuestro mundo nuevos conflictos y nuevas manifestaciones de violencia y de odio entre las personas y los pueblos. La humanidad no es capaz de producir por ella misma a su salvador y, cuando parece que sale alguien con pretensiones de salvarla, las consecuencias son todavía más graves porque se convierte en una amenaza para la libertad y la dignidad de las personas.

La liturgia de la Iglesia del día de Navidad empieza con una confesión: “hoy la Paz ha bajado del cielo”. La Paz que tanto desea y necesita nuestro mundo es un don que viene de Dios. Ya los ángeles, al anunciar a los pastores el nacimiento de Jesús, pregonan que ha llegado a la tierra el momento de la paz a los hombres que ama el Señor. El Señor, el Poderoso, nace como Príncipe de la Paz.

En Belén ha nacido el Dios de la Paz. El mismo Dios viene a nuestro mundo, su presencia llena la tierra. Nadie puede escapar de su mirada. Pero ese Dios nace como un niño. Es él, ese niño, el que nos trae la paz. Ya en su nacimiento vemos que sus armas para sembrar la justicia y la paz no son aquellas que encienden de odio el corazón de los hombres. San Bernardo de Claravall, en un sermón del día de Navidad nos invita a mirar con confianza al niño que ha nacido en Belén: “No huyas. No temas. No viene con ejércitos. No pretende castigar, sino salvar … aquí lo tienes: niño y sin voz. Puede ser terrible para alguien, más no para ti. Se hizo niño. La Madre Virgen envuelve sus tiernos miembros en pañales. ¿Y aún te da miedo? No llega para maniatarte y perderte, sino para salvarte”. El Príncipe de la Paz establece su reino únicamente con las armas de la Paz.

La fiesta de Navidad nos habla de un Dios que hace ver su gloria del cielo cuando hay paz entre los hombres. Ese es el auténtico rostro de Dios. Si el odio y las guerras entre los hombres son algo que desagrada siempre a Dios, mucho más cuando la violencia se justifica en su nombre.

Que la celebración de la fiesta de Navidad despierte en los corazones de todos los cristianos el compromiso de trabajar para que todos los hombres conozcan y amen a Jesús. Él, que es el único Dios verdadero, es el único camino para que el mundo encuentre la Paz.

Feliz Navidad

+ Enrique Benavent Vidal
Obispo de Tortosa.