EMIGRANTES Y REFUGIADOS: HACIA UN MUNDO MEJOR 19-01-2014
Celebramos hoy la Jornada Mundial del Emigrante y del Refugiado. El fenómeno de las migraciones y la movilidad humana es una de las características de la vida de nuestros pueblos y ciudades. En muchos de ellos el porcentaje de habitantes que han venido de otros países es ya muy significativo. Esto tiene consecuencias en la configuración de la vida social y en nuestras relaciones interpersonales.
Desde un punto de vista cristiano, también en los fenómenos migratorios se constata la tensión entre el pecado y la gracia de Dios, que afecta a todas las realidades humanas. No podemos cerrar los ojos al hecho de que en el origen de estos fenómenos se encuentran situaciones de condiciones de vida auténticamente inhumanas. Además, frecuentemente las personas que deciden emigrar son sometidas a explotación por parte de quienes les ofrecen la posibilidad de viajar, las condiciones en las viajan suponen un riesgo para su vida y, cuando logran llegar a su destino, se encuentran con actitudes de rechazo, de discriminación y de incomprensión. En muchos casos, tras esas redes se encuentran también fenómenos de trata de personas y de práctica de la esclavitud.
Pero en el fenómeno de la inmigración no nos encontramos únicamente con aspectos negativos. Estas situaciones humanas hacen aflorar en muchos casos los mejores sentimientos que hay en el corazón de las personas: ¡cuántos gestos de solidaridad, de acogida, compresión y fraternidad hemos visto hacia los más desfavorecidos!
Ante este fenómeno los cristianos no podemos dejar de preguntarnos cuál ha de ser nuestra respuesta. En primer lugar, hemos de manifestar una actitud de comprensión. En el mensaje para la jornada de este año, el Papa Francisco nos ha recordado que «a pesar de los problemas, los riesgos y las dificultades que se deben afrontar, lo que anima a tantos emigrantes y refugiados es el binomio confianza y esperanza; ellos llevan en el corazón el deseo de un futuro mejor, no sólo para ellos, sino también para sus familias y personas queridas». Se trata de una aspiración legítima, porque también nosotros la queremos para nuestras familias y seres queridos.
En segundo lugar, es deber de la Iglesia, nos ha recordado el Papa, «trabajar para superar sus efectos negativos». Las comunidades cristianas no tenemos capacidad para solucionar todos los problemas de nuestro mundo. Este fenómeno tan complejo debe ser abordado desde una actitud de cooperación internacional. Pero los cristianos no podemos mirar hacia otra parte cuando tenemos a un ser humano ante nosotros. El trabajo de caritas y de otras organizaciones eclesiales para ofrecer ayudas concretas que dignifiquen la vida de los inmigrantes, debe ser apoyado por todos los cristianos.
Finalmente, los cristianos debemos superar los prejuicios y las actitudes de sospecha y hostilidad hacia los que llegan. Pasar de una cultura del rechazo a una cultura del encuentro, aunque muchas veces esto pueda resultar lento y costoso.
Recibid todos mi saludo y mi bendición.
+ Enrique Benavent Vidal
Obispo de Tortosa