EL REINO DE CRISTO 24-11-2019
El año litúrgico concluye con la solemnidad de Jesucristo Rey del universo. Después de haber recorrido el camino de Jesús siguiendo los tiempos que nos marca la Iglesia, la liturgia nos recuerda que lo que hemos celebrado se cumplirá plenamente al final de la historia y que, aunque muchas veces nos resulte difícil verlo, el Reino de Dios que comenzó en la persona, las palabras y las acciones del Señor, está presente en nuestro mundo y es también la meta hacia la que se dirige la historia de la humanidad.
El texto que se proclama este año, tomado del evangelio de Lucas, es una invitación a creer y a poner nuestra esperanza en Cristo, incluso en aquellos momentos en los que parece que su causa no tiene futuro. Estamos ante un rey crucificado en medio de dos malhechores. El amigo de publicanos y pecadores ha sido considerado y ajusticiado como uno de ellos. En este momento se repite una situación que para Jesús no es nueva: su persona suscita actitudes opuestas. Incluso en la cruz continúa siendo un signo de contradicción. Las autoridades y los soldados se ríen de Él: “Si eres el rey de los judíos, sálvate a ti mismo” (23,37). El letrero con la causa de la condena (“Este es el rey de los judíos” [23,39]) lo han colocado como una burla. A los ojos del mundo estamos ante alguien que ha fracasado en sus pretensiones y ha sido abandonado por Dios.
Los dos ladrones reaccionan de manera distinta: mientras que uno insulta a Jesús, sumándose a las burlas de las autoridades y de los soldados, el otro es alcanzado en el corazón por la gracia de Dios, descubre la verdad de Cristo y “ve” que el Señor ha sido condenado injustamente (“este no ha hecho nada malo” [23,41]). Esto le lleva a ver la verdad de su propia vida (“nosotros recibimos el justo pago de lo que hicimos” [23,41]) y, guiado por la luz de su conciencia, se vuelve al Señor con una confianza absoluta que le lleva a suplicarle: “acuérdate de mí cuando llegues a tu reino” (23,42). La respuesta es inmediata: “hoy estarás conmigo en el paraíso” (23,43). San Ambrosio comenta este hecho diciendo: “La gracia otorgada por Jesucristo es mucho mayor que la solicitada por el malhechor”. El ladrón ha intuido que Cristo es Rey incluso en la cruz y que su reino va más allá de las fronteras del mundo. Jesús le revela que ese reino es el paraíso que Él quiere abrir a todos los pecadores, ya que “había venido a buscar y salvar lo que estaba perdido” (19,10).
Este malhechor ha percibido algo que quienes consideraban a Cristo un fracasado eran incapaces de ver: incluso en el momento en que el Señor es sometido a la máxima humillación se muestra como el verdadero Rey de la historia, porque de la actitud que se adopte ante Él depende la salvación de cada ser humano. También en este momento descubrimos que es un Rey de misericordia: podemos suponer que en la oración que dirige al Padre pidiendo el perdón para sus perseguidores (23,34) está incluido el malhechor que se ha unido a quienes le injuriaban.
El Reino de Dios no es de dominio, de poder o de venganza, sino de misericordia. Tampoco tiene que ver con el éxito humano. A él se llega por la fe y la confianza en Cristo, incluso en las situaciones más difíciles de la vida.
+ Enrique Benavent Vidal
Obispo de Tortosa