EL MISTERIO DE LA CRUZ 13-04-2014

Con el Domingo de Ramos iniciamos la celebración de la Semana Santa. En medio del ambiente secularizado de nuestra cultura sorprende el hecho de que durante estos días los sentimientos religiosos se hacen especialmente visibles en nuestros pueblos y ciudades. Nuestra mirada se dirige estos días a la persona del Señor. En el drama de su pasión y muerte vemos al Hijo de Dios, que no sólo ha renunciado a la dignidad que le corresponde como Hijo de Dios al hacerse nuestro hermano, sino que se ha puesto el último de todos aquellos cuya dignidad no es respetada. No hay ningún sufrimiento o ninguna angustia que puedan sufrir los hombres que Él no haya sufrido en su propia carne.

En la pasión del Señor se nos revela, en primer lugar, la verdad de lo que hay en el corazón de los hombres: Jesucristo había pasado por nuestro mundo haciendo el bien y curando a los oprimidos por el diablo porque Dios estaba en Él. Pero en el corazón del mundo hay un misterio de iniquidad. Lo normal es que Jesús, que curaba, perdonaba y amaba a todos, fuera admirado por sus contemporáneos. Sin embargo, el bien que hizo despertó sospechas, envidias, odios y deseos de acabar con Él. Éste es el misterio de iniquidad que hay en el corazón del mundo: al bien respondemos con el mal, al amor respondemos con el rechazo, a la gracia respondemos con la ingratitud.

Pero en el misterio de la cruz se desvela también lo que hay en el corazón de Dios. El Hijo de Dios hecho hombre murió tal como había vivido: entregando su vida, sirviendo, perdonando. “No he venido para ser servido, sino para servir y entregar mi vida en rescate por muchos”. Servir y dar la vida. Estas dos actitudes, que constituyen la esencia de la vida del Señor, constituyen también la clave para comprender su muerte.

Pero el misterio de la muerte del Señor todavía nos revela algo más grandioso del corazón del Padre. Cuando el Señor había sido crucificado, la multitud que asistía al espectáculo, en gesto de desprecio hacia aquél que ha sido expulsado del mundo, se ríen y se burlan de Él. A la injusticia de haber condenado a alguien que había pasado por el mundo haciendo el bien, se añade el odio y el desprecio hacia aquel que, clavado en la cruz, no tiene fuerzas para defenderse. Lo que sorprende en esta escena es la respuesta del Señor: se defiende del odio suplicando al Padre el perdón para sus perseguidores y excusándoles: “No saben lo que hacen”. En el misterio de la cruz se desvela la verdad del mundo, de un mundo que reacciona con odio, envidia y desprecio al bien que se le hace. Pero se descubre también la verdad de Dios, de un Dios que reacciona amando y perdonando frente al desprecio y al odio que recibe del mundo. Que la contemplación de la pasión del Señor nos lleve a entrar en la verdad profunda de nuestro corazón y a penetrar en la verdad del corazón lleno de amor de Dios.

Que la gracia que brota de la cruz alcance a todo nuestro mundo.

+ Enrique Benavent Vidal
Obispo de Tortosa