EL AMOR DE CRISTO NOS APREMIA 22-01-2017

Del 18 al 25 de enero celebramos cada año el octavario de oración por la unidad de los cristianos. Al pedir a Dios el don de la unidad para la Iglesia, nos unimos a la oración del mismo Cristo durante la última cena y la hacemos nuestra. El Señor se dirigió al Padre con estas palabras: «que todos sean uno, como tú Padre, en mí, y yo en ti, que ellos también sean uno en nosotros, para que el mundo crea que tú me has enviado» (Jn 17, 31). Durante estos días también los cristianos de distintas iglesias y comunidades nos reunimos en oración, conscientes de que nuestras divisiones no ayudan a que el mundo conozca a Cristo, crea en Él y le ame.

La celebración de este año no puede pasar por alto la conmemoración del quinto centenario del inicio de la reforma luterana. Este hecho ha condicionado la historia de la Iglesia durante la edad moderna y contemporánea. Al recordarlo no queremos hacer ningún juicio ni de los acontecimientos ni de los protagonistas, para determinar culpabilidades o decir quienes tenían razón o quienes no en aquel momento conflictivo. El juicio de la historia compete únicamente a Dios. La conmemoración de la Reforma debe vivirse según el espíritu del Concilio Vaticano II, que en el decreto Unitatis redintegratio afirma que «la Iglesia católica abraza con respeto y amor fraternos» a los cristianos que ahora nacen en otras iglesias y comunidades y en ellas «son instruidos en la fe de Cristo», por lo que «son reconocidos con razón por los hijos de la Iglesia católica como hermanos en el Señor» (UR, nº 3).

Esta actitud nace de la convicción de que, a pesar de los obstáculos que se oponen a la plena comunión eclesiástica, fuera del recinto de la Iglesia católica se encuentran no sólo medios visibles de salvación, sino también «la vida de la gracia, la fe, la esperanza y la caridad, y otros dones interiores del Espíritu Santo» (UR, nº 3). De hecho, las situaciones históricas de persecuciones por las que han pasado las iglesias, tanto en países de misión como en Europa, a partir del siglo XIX han producido testimonios admirables de caridad hacia los más pobres, y de fe y amor a Jesucristo incluso hasta el derramamiento de la sangre, en cristianos de todas las iglesias y comunidades. Esto muestra que la vida de la gracia traspasa las fronteras confesionales.

Por ello, si en épocas pasadas las actitudes dominantes en las relaciones entre las iglesias eran de confrontación, hoy todos sentimos la necesidad de la reconciliación. De hecho, el lema que guía la oración de este año, inspirado en la segunda carta a los Corintios 5, 14-20 (Reconciliémonos. Nos apremia el amor de Cristo), constituye una llamada apremiante a no volver a una dinámica de enfrentamientos, sino a continuar trabajando sin cesar por una relación fraterna cada vez más fuerte y verdadera entre todos los cristianos. A ello es a lo que nos empuja el amor de Cristo. Quien de verdad ama a Jesús desea la reconciliación entre los cristianos y las iglesias. Provocar divisiones es signo de que no hay auténtico amor al Señor.

+ Enrique Benavent Vidal
Obispo de Tortosa