CRISTO VIVE (I) 28-04-2019

Hace unas semanas se hizo pública la exhortación apostólica del Papa Francisco que lleva por título Cristo vive. En ella, inspirándose en las aportaciones de los participantes en la última asamblea del sínodo de los obispos, donde se ha reflexionado sobre la misión de la Iglesia de acompañar a los jóvenes y ayudarles en su discernimiento vocacional, nos ofrece sus reflexiones sobre el reto que supone en el momento actual acercarse a ellos para que abran su corazón y su vida al Señor, y también sobre la necesidad que tiene la Iglesia de aprender de ellos si quiere mantenerse joven y no perder el entusiasmo buscando falsas seguridades mundanas. Ella no está únicamente para enseñar a los jóvenes. También debe dejarse interpelar por ellos. Dada la importancia que este documento puede tener en la tarea pastoral, dedicaremos unas semanas a comentarlo.

Después de recordarnos algunos personajes del Antiguo Testamento que, siendo jóvenes, fueron elegidos por Dios como instrumentos en favor de su Pueblo (capítulo 1º), el Papa nos invita a dirigir una mirada a Jesús, quien, en palabras de San Ireneo de Lyon, es “joven entre los jóvenes para ser ejemplo de los jóvenes y consagrarlos al Señor” (22). Él es quien debe iluminar la misión de la Iglesia y el camino de los jóvenes: “Jesús –afirma el Papa- no los ilumina a ustedes, jóvenes, desde lejos o desde fuera, sino desde su propia juventud, que comparte con ustedes… Él fue verdaderamente uno de ustedes, y en Él se pueden reconocer muchas notas de los corazones jóvenes” (30).

La juventud de Jesús fue una preciosa preparación para vivir una misión que le exigiría la entrega de su vida. En esa etapa de la vida del Señor, junto con su familia, pasó por momentos de dificultad como el exilio en Egipto y el regreso a Nazaret. Esta etapa estuvo caracterizada también por la vida humilde y sencilla en la casa familiar, por la obediencia a María y José y por la vivencia de la religiosidad propia del pueblo de Israel, como lo muestra el episodio de la peregrinación a Jerusalén para la celebración de la Pascua cuando tenía doce años. Todo esto que se veía externamente era expresión del camino espiritual que el Señor vivía interiormente: “en su etapa de joven; Jesús se fue «formando», se fue preparando para cumplir el proyecto que el Padre tenía. Su adolescencia y su juventud le orientaron a esa misión suprema” (27).

La etapa juvenil de Jesús fue un tiempo de crecimiento “en sabiduría, edad y gracia ante Dios y los hombres” (Lucas 2, 51), un período de profundización en su relación con el Padre y con los demás. Citando a San Juan Pablo II, el Papa nos dice que vivió un auténtico crecimiento espiritual, porque “la plenitud de gracia en Jesús era relativa a la edad: había siempre plenitud, pero una plenitud creciente con el crecer de la edad” (26). Ese crecimiento espiritual le llevó a crecer en el deseo de entregarse plenamente a la misión que el Padre le había confiado. “Estos aspectos de la vida de Jesús –dice el Papa- pueden resultar inspiradores para todo joven que crece y se prepara para realizar su misión. Esto implica madurar en la relación con el Padre y en la apertura a ser conducido a realizar la misión que Dios encomienda” (30).

Que no perdamos la ilusión por invitar a los jóvenes a dirigir su mirada al Señor.

+ Enrique Benavent Vidal
Obispo de Tortosa