CONCLUYE EL AÑO DE LA MISERICORDIA (y II) 20-11-2016

El primer fruto del jubileo de la misericordia que este domingo, solemnidad de Jesucristo Rey del universo, se clausura en Roma, debería ser tener siempre abierto el corazón a la misericordia del Padre, y vivir el momento de la reconciliación con Él con humildad, gratitud y alegría. La semana pasada os ofrecí unas breves reflexiones sobre este tema.

El lema escogido por el Santo Padre para este año de gracia nos ha recordado la invitación que el Señor nos hace a ser misericordiosos como el Padre. En la parábola del fariseo y del publicano que subieron al templo a orar (Lc 18, 9-14) Jesús nos presenta a un fariseo que, orgulloso por lo que era y por lo que hacía, era incapaz de abrirse a la misericordia de Dios porque pensaba que no estaba necesitado de ella. Este personaje es también incapaz de sentir misericordia hacia el publicano que, reconociéndose pecador con profunda humildad, sólo sabía pedir perdón a Dios. En su oración se dedicaba a juzgarlo y a condenarlo. La misericordia para con el prójimo es el signo de que de verdad hemos abierto nuestro corazón a la misericordia del Padre.

Al final de este tiempo de gracia, todos los cristianos nos tendríamos que preguntar: ¿tengo para con mis hermanos los mismos sentimientos de misericordia que quiero que Dios tenga para conmigo? ¿Ha cambiado en algo mi actitud hacia el prójimo?

Como guía para responder con sinceridad a este interrogante, el Papa Francisco, en la bula Misericordiae vultus, con la que nos invitaba a participar en este tiempo de gracia y de renovación eclesial, nos recordaba unas palabras de Jesús: «No juzguéis y no seréis juzgados, no condenéis y no seréis condenados, perdonad y seréis perdonados, dad y se os dará» (Lc 6, 37). Las dos primeras invitaciones, formuladas en forma negativa lo que indica una prohibición absoluta, están estrechamente unidas: quien juzga al hermano, en el fondo de su corazón, ya lo ha condenado. El carácter radical de estas prohibiciones se entiende porque el juicio de cualquier persona es algo que únicamente corresponde a Dios.

Las otras dos invitaciones expresan unas exigencias positivas en las que hay que ir avanzando día tras día: la disponibilidad para el perdón, que ha de ser ilimitada y es condición absolutamente necesaria para recibir el perdón de Dios (Mt 6, 14-15); y la generosidad para ayudar al necesitado, que es el criterio para entrar en el Reino de los cielos (Mt 25, 34).

Para avanzar en este camino hemos recordado las catorce obras de misericordia que forman parte de la mejor tradición espiritual de la Iglesia. Todas son necesarias: si vivimos las materiales y olvidamos las espirituales, caemos en un activismo que piensa más en los resultados que en las personas; si nos limitáramos a las espirituales y olvidásemos las materiales nuestra fe sería palabrería vacía. Además son algo accesible para todos: para los sabios y los sencillos; para los ricos y los pobres; se pueden practicar con medios materiales, pero también con la palabra y con el silencio.

Pidamos al Señor que nos conceda vivir en profundidad estas actitudes espirituales. Si lo hacemos, habremos vivido un tiempo de gracia

+ Enrique Benavent Vidal
Obispo de Tortosa