¿CÓMO VIVIR EN CRISTIANO LA ENFERMEDAD? 19-02-2023

En el Salmo Responsorial de hoy repetimos con el salmista: Solo en Dios descansa mi alma, plegaria individual de confianza en Dios que llama a poner toda la confianza solo en el Señor.

Todo el mundo pasa por circunstancias difíciles en las cuales es tentado con pensar: Me ha abandonado el Señor, mi dueño me ha olvidado; como decía la gente de Jerusalén cuando vivían desterrados en Babilonia.

Ante esta reacción instintiva por los problemas graves con que a menudo nos encontramos, el profeta nos dice: ¿Puede una madre olvidar al niño que amamanta, no tener compasión del hijo de sus entrañas? Pues, aunque ella se olvidara, yo no te olvidaré.

De entre las circunstancias que a menudo llevan a algunos a desconfiar de Dios está la experiencia de la enfermedad. Decía ya Benedicto XVI en la Encíclica Spe Salvi: “El sufrimiento forma parte de la existencia humana. Éste se deriva de nuestra finitud. Es cierto que debemos hacer todo lo posible para superar el sufrimiento, pero extirparlo del mundo por completo no está en nuestras manos”.

La grandeza de la humanidad viene determinada sobre todo por su relación con el sufrimiento y con quien sufre. Necesitamos encontrar en el sufrimiento un camino de purificación y maduración, un camino de esperanza.

En el evangelio nos dice Jesús: No estéis agobiados por vuestra vida. ¿Quién de vosotros, a fuerza de agobiarse, podrá añadir una hora al tiempo de su vida? Jesús no reclama desentendernos de la salud corporal. Él solo quiere que no nos agobiemos y que, cultivando la salud espiritual tanto como la corporal, vivamos la plena confianza en Dios que sabe muy bien las necesidades que tenemos.

De entre las experiencias eclesiales donde se vive el estilo de Jesús hay que destacar la Hospitalidad de Nuestra Señora de Lourdes y la Fraternidad Cristiana de Enfermos. El clima de plegaria, la paz espiritual que se vive, la hermandad entre los colaboradores, son dones de Dios que reconfortan. La esperanza en la victoria de Cristo incluye la experiencia de no te dejes vencer por el mal, antes bien vence al mal con el bien (Rm 12,21)
Hay quien nunca probará lo que es vivir sufriendo, porque no se le ha permitido nacer. La Iglesia tiene la misión sagrada de ser defensora de la vida: misión que no le viene dada por la sociedad sino por nuestro Señor. Con lenguaje simbólico, pero mensaje claro, ya el primer relato de la Biblia enseña que el árbol de la vida es propiedad de Dios.

En los momentos de más debilidad, casi de desesperación, surgen fuerzas insospechadas de amor revelando el amor de Dios. El Evangelio nos descubre un misterio de vida que hace crecer con fuerza aquello que parece más débil, que inocula esperanza suscitando solidaridad frente a la soledad. La Cruz es un misterio que hay que levantar con fuerza para salvar al mundo. Hay una manera de acercarse al enfermo que nos ha enseñado Jesús de Nazaret.
El enfermo vive de otro modo su humanidad, y merece ser tratado con aquella misericordia que rezuma en las páginas del Evangelio. Su debilidad puede convertirse en fortaleza si es sostenida por un afecto generoso y un amor sin límites.

El enfermo no es un “fuera de servicio” sino alguien que puede aprender a servir de otro modo: desde la debilidad, con la oración y el ofrecimiento de su dolor, reconociéndose radicalmente necesitado de los otros y del Otro.

En el misterio de la Iglesia como cuerpo suyo, “Cristo ha abierto el propio sufrimiento redentor a todo sufrimiento del hombre En cuanto el hombre se convierte en partícipe de los sufrimientos de Cristo, en tanto a su manera completa aquel sufrimiento, mediante el cual Cristo ha obrado la redención del mundo completamente y hasta el final; pero al mismo tiempo, no la ha cerrado”. Salvifici Doloris, Carta Apostólica san Juan-Pablo II

José-Luis Arín Roig
Administrador diocesano

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