ADVIENTO, CAMINO DE CONVERSIÓN 11-12-2016

La semana pasada os propuse a la Madre del Señor como ideal para el camino del Adviento. En la plenitud de la gracia Ella es quien mejor ha esperado al Mesías. El evangelio del tercer domingo de adviento nos presenta la figura de Juan Bautista, el profeta escogido por Dios para preparar el camino a su Hijo. Este personaje nos presenta otra dimensión de este tiempo litúrgico que tiene que ver con nuestra realidad humana. María vivió en la plenitud de la gracia en todos los momentos de su vida. Su camino fue de fidelidad a Dios, pero no de conversión, porque Ella no conoció el pecado. El nuestro es un camino de lucha y de conversión, porque el punto de partida es la situación de pecado.

 

Por eso la liturgia de la iglesia nos presenta también otro personaje: el más grande de todos los profetas, el precursor de Jesús. Su mensaje es una invitación dramática a la conversión, que en momentos adquiere un tono amenazador. Pero el evangelio de hoy (Mt 11, 2-11) nos presenta un Juan muy humano. También él debe vivir su propio adviento, su conversión a Cristo, una conversión que será para él un cambio profundo de mentalidad.

 

Juan había anunciado la venida del mesías diciendo que «ya toca el hacha la raíz de los árboles» (Mt 3, 10), recordando que «todo árbol que no dé buen fruto será talado y echado al fuego» (Mt 3, 3, 10); la había descrito como aquel que «tiene el bieldo en la mano: aventará su parva» y «quemará la paja en una hoguera que no se apaga» (Mt 3, 12); y lo había señalado como «el Cordero de Dios que quita el pecado del mundo» (Jn 1, 29). En cambio, parece que la manera de actuar de Jesús le había desconcertado. Tal vez el Señor no era un mesías como él había imaginado. Cuando ya está en la prisión envía a sus discípulos a preguntar a Jesús: «¿Eres tú el que ha de venir o tenemos que esperar a otro?» (Mt 11, 3). La respuesta de Jesús le hace ver a Juan que los signos del Reino de Dios en nuestro mundo no son el hacha o el fuego: «Id a anunciar a Juan lo que estáis viendo y oyendo: los ciegos ven y los cojos andan; los leprosos quedan limpios y los sordos oyen, los muertos resucitan y los pobres son evangelizados» (Mt 11, 4-5). Juan también se tenía que convertir, dejar su manera de ver las cosas y llegar a vivir la presencia del Señor como un momento de gracia.

 

Estas dos facetas de la figura del Bautista nos ayudan a descubrir dónde está la conversión verdadera que debemos vivir, cada uno de nosotros, en este tiempo de gracia: el motivo no puede ser el miedo. En Jesús se ha hecho visible el amor de Dios que trae la salvación a todo el mundo. Ese mensaje es una palabra de gracia para todos: ha aparecido la bondad de Dios y su amor al hombre. Es el agradecimiento el motivo de una conversión verdadera. Una religiosidad inspirada en el miedo no es nunca auténtica, porque no nos lleva a amar a Dios. Una fe vivida desde el amor no es menos exigente. Al contrario, lo es más, pero con una exigencia que nace de dentro de la persona, no impuesta desde fuera.

 

Juan vivió momentos de duda, pasó por momentos de oscuridad espiritual, recorrió su adviento interior. Cada uno de nosotros también debemos vivir el nuestro, pero lo hacemos seguros de que en Jesús se revela la gracia de Dios que trae la salvación para todos.

 

Con mi bendición.

+ Enrique Benavent Vidal
Obispo de Tortosa