ACTITUDES DEL EVANGELIZADOR (I) 18-09-2016
Durante el mes de septiembre recuperamos poco a poco el ritmo ordinario propio del año. Quienes han podido disfrutar de un tiempo de descanso vuelven al trabajo, los niños y jóvenes retoman sus estudios y en las parroquias y grupos cristianos se reinician las actividades catequéticas y formativas. En las instituciones diocesanas programamos los encuentros y actos que realizaremos durante el curso.
Para mí será el cuarto año como obispo de Tortosa. A lo largo de este tiempo he procurado conocer las realidades que existen en nuestra diócesis. Me está ayudando mucho la visita pastoral que estoy realizando a todas y cada una de las parroquias. En cada comunidad puedo constatar que se vive la inquietud por seguir anunciando el Evangelio; que hay siempre un grupo de cristianos comprometidos en la catequesis y en el servicio a los más necesitados; que muchos cristianos mantienen una fe viva y alegre muchas veces en medio del dolor y de la enfermedad; que los sacerdotes se esfuerzan de verdad por cuidar la fe de sus comunidades, a pesar de la edad avanzada de algunos de ellos y de que cada vez deben asumir más tareas; que muchos padres piden los sacramentos de la iniciación cristiana para sus hijos; que también muchos jóvenes se acercan a recibir el sacramento de la Confirmación, etc. Gracias a Dios, hay muchas realidades esperanzadoras en nuestros pueblos y ciudades.
No debemos cerrar los ojos ante los problemas que tenemos en el momento actual: la sensación de que el trabajo y el esfuerzo que hacemos no produce los frutos esperados; desearíamos también una mayor implicación de los padres en la educación cristiana de sus hijos y en la vida parroquial; nos gustaría que el compromiso que los jóvenes manifiestan al recibir el sacramento de la Confirmación fuera más firme; nos preocupa la debilidad de la institución familiar y el miedo que la mayoría de los jóvenes de hoy siente ante el matrimonio; pensamos que si más cristianos se comprometieran en la vida de la Iglesia nuestras comunidades serían más vivas; nos puede invadir en algunos momentos la sensación de que la vida de nuestras parroquias se está empobreciendo y de que siempre son las mismas personas las que se comprometen en los diversos ámbitos eclesiales, etc.
Las dificultades pueden ser afrontadas con actitudes distintas: en algún caso pueden ser un motivo para el desánimo y acabar abandonando su compromiso; algunos pueden caer en la actitud de vivir la misión sin esperanza o de la añoranza de tiempos pasados que aparentemente eran mejores.
En cambio, para quien cree en la fuerza transformadora del Evangelio, una dificultad es vista como un reto; no se acobarda ni se deja vencer por ella; vive su compromiso con la humildad de saber que su misión es sembrar y no recoger los frutos de su trabajo; no pierde la alegría a pesar de las pobrezas que cada día experimentamos en la Iglesia; incluso puede llegar a vivir estas pobrezas como un don porque nos pueden hacer más humildes en el anuncio del mensaje cristiano, y llegar a amarlas porque pueden ser una ocasión para una renovación interior de la vida eclesial. ¿Cómo vivimos cada uno de nosotros esta situación eclesial?
Que el Señor nos conceda la gracia de reemprender este curso con esperanza.
+ Enrique Benavent Vidal
Obispo de Tortosa